lunes, 31 de agosto de 2009

Sabato: la fuerza de la denuncia y el aliento de la esperanza


Notas biográficas


Sabato vino al mundo un 24 de junio de 1911 en Rojas, provincia de Buenos Aires. A los dieciséis años entró en contacto con grupos de izquierda, experiencia que lo llevaría a militar en la juventud comunista de Argentina y le permitiría conocer a su futura esposa, Matilde Kusminsky. En 1937 obtuvo el título de Doctor en Ciencias Físicas y Matemáticas; posteriormente trabajó en Francia, en el Laboratorio Curie. Pero en 1945 renunció a su trabajo como científico para dedicarse de lleno al oficio de escribir.


Así nació su primer libro: Uno y el universo (1945). Posteriormente publicó las novelas que le dieron reconocimiento mundial: El túnel (1948); Sobre héroes y tumbas (1961); Abaddón el exterminador (1974). De su obra ensayística sobresalen títulos como Hombres y engranajes (1951), El escritor y sus fantasmas (1963) y La resistencia (2000).


A la fecha, con 98 años cumplidos, ya no lee ni escribe, pero las últimas palabras de su autobiografía, Antes del fin, no dejan indiferente a todo individuo consciente de que en el mundo las cosas no marchan bien: “Sólo quienes sean capaces de encarnar la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido” (2006, p. 172).


La denuncia y el compromiso


Sabato está convencido que aquellas grandes fuerzas, «la razón y el dinero», que jalonaron el período renacentista y se ensancharon en la modernidad, condujeron al ser humano a una encrucijada terrible: socavamiento voraz del planeta; armas de destrucción masiva que prometen la aniquilación total de la raza humana; crisis ética y espiritual en un mundo donde campea la corrupción, la indiferencia y el cinismo.


Con esas fuerzas, afirma en Hombres y engranajes, “el hombre conquista el poder secular. Pero —y ahí está la raíz de la paradoja— esa conquista se hace mediante la abstracción: desde el lingote de oro hasta el clearing, desde la palanca hasta el logaritmo, la historia del creciente dominio del hombre sobre el universo ha sido también la historia de las sucesivas abstracciones. El capitalismo moderno y la ciencia positiva son las dos caras de una misma realidad desposeída de atributos concretos, de una abstracta fantasmagoría de la que también forma parte el hombre, pero no ya el hombre concreto e individual sino el hombre-masa, ese extraño ser todavía con aspecto humano, con ojos y llanto, voz y emociones, pero en verdad engranaje de una gigantesca maquinaria anónima” (2006, p. 18).


Una sociedad que convierte en dioses a la razón y al dinero termina enfermando a sus hijos. Mejor dicho, acaba sacrificando a sus hijos. En Abaddón el exterminador Sabato le dice al joven Marcelo: “Nuestra civilización está enferma. No sólo hay explotación y miseria: hay miseria espiritual, Marcelo. Y yo estoy seguro de que vos tenés que estar de acuerdo conmigo. No se trata de conseguir heladeras eléctricas parar todo el mundo. Se trata de crear un ser humano de verdad. Y mientras tanto, el deber del escritor es escribir la verdad, no contribuir a la degradación con mentiras” (2006, p. 228).


En efecto, en la narrativa de Sabato hay un compromiso con la verdad, es decir, con el ser humano. Seguidor de autores como Kafka, Dostoievski, Stendhal y Kierkegaard, Sabato cree con firmeza que la lucidez y la autenticidad del escritor alcanzan su máxima expresión cuando éste penetra en las regiones más complejas de la condición humana. Y desde allí, como testigo del bien y del mal, desnuda las hondas contradicciones del alma humana. Sólo el autor que hace suya esta terrible convicción desarrolla la facultad para escribir desde las regiones del cielo y del infierno (Dante Alighieri); desde la ternura más conmovedora y la maldad más horrenda (Dostoievsky); en síntesis, desde las oscuridades más turbadoras del corazón humano.


Todo eso no se puede lograr sin fuertes dosis de pasión, cierta locura y, sobre todo, un honrado compromiso con el ser humano. En los best seller —“papel moneda” en palabras de Sabato— podemos encontrar palabras bonitas y descubrir frasecitas que llenan de sentido a ciertas experiencias de la vida. Pero es difícil encontrar un compromiso profundo con los problemas-raíz del ser humano —“El que sea inmortal que se permita el lujo de seguir diciendo pavadas”, se lee en Abaddón el exterminador. Sólo quien es capaz de escarbar en lo más hermoso y en lo más bajo del ser humano puede darnos un testimonio fiel. De ahí aquella frase lapidaria: “Una de las misiones de la gran literatura: despertar al hombre que viaja hacia el patíbulo”.


La denuncia de la novela contemporánea despierta a la conciencia de la alienación en que está sumida. Hace ver que las grandes fuerzas de la modernidad, la razón y el dinero, se confabularon para someter al ser humano. El tan ansiado progreso no llegó para todos. Hoy que existe una enorme industria de alimentos, unos se mueren de hambre, mientras otros padecen de obesidad; mientras unos se mueren por falta de medicinas, otros invierten en medicamentos para adelgazar. Este es el mundo que Sabato ha criticado con dureza; un mundo que premia a los cínicos y corruptos y castiga a los honrados y justos.


El aliento de la esperanza


Pero en medio de esa «sociedad enferma» aún hay lugar para la esperanza. Esa dimensión humana que nos levanta de las situaciones más terribles, y que justo por eso tiene más de irracional que de racional, como las novelas. Ambos, escritor y lector, descubren gestos de esperanza en las ficciones, como la decisión final de aquel pobre muchacho, Martín, en Sobre héroes y tumbas, de viajar a la Patagonia, después de haber perdido para siempre a su amada Alejandra.


Bruno, otro de los personajes de Sobre héroes y tumbas, nos recuerda el papel esencial que juega la esperanza en la vida del ser humano: “el hombre no está sólo hecho de desesperación sino de fe y de esperanza; no sólo de muerte sino también de anhelo de vida; tampoco únicamente de soledad sino de momentos de comunión y de amor. Porque si prevaleciese la desesperación, todos nos dejaríamos morir o nos mataríamos, y eso no es de ninguna manera lo que sucede. Lo que demostraba, a su juicio, la poca importancia de la razón, ya que no es razonable mantener esperanzas en este mundo en que vivimos. Nuestra razón, nuestra inteligencia, constantemente nos están probando que ese mundo es atroz, motivo por el cual la razón es aniquiladora y conduce al escepticismo, al cinismo y finalmente a la aniquilación. Pero, por suerte, el hombre no es casi nunca un ser razonable, y por eso la esperanza renace una y otra vez en medio de las calamidades” (2006, p. 203).


Casi al final de su autobiografía, el escritor argentino declara lo siguiente: “Yo oscilo entre la desesperación y la esperanza, que es la que siempre prevalece, porque si no la humanidad habría desaparecido, casi desde el comienzo, porque tantos son los motivos para dudar de todo” (2006, p. 166)


Sabato sería, usando la terminología de Alfonso Reyes, un «testigo insobornable», imprescindible para enjuiciar este mundo donde la injusticia, la miseria y la estupidez campean de forma obscena. Muy convencido de que al hombre contemporáneo aún le falta que corregir la desmesurada confianza que depositó en la ciencia y la técnica.



Para el novelista argentino las obscuridades, las tormentas y las esperanzas del corazón humano poco o nada entienden de la lógica científica. Por ello no se deben castrar ciertos saberes en beneficio de otros. Él encontró en el arte una mejor comprensión del ser humano, así como también una denuncia implacable contra la deshumanización y la barbarie que produce el homo sapiens sapiens. Encontró la salvación en el arte y desde sus novelas ofrece también gestos de salvación.


Por eso hace algún tiempo escribió estas palabras para Jon Sobrino: “Me hizo mucho bien su libro [Terremoto, terrorismo, barbarie y utopía: El Salvador, Nueva York y Afganistán, 2002]. Cada tarde esperaba la lectura como el testimonio de un gesto que pudiera salvar a la humanidad de este horror en que se vive.” (Ver: http://www.fespinal.com/espinal/realitat/pap/pap120.htm).


Aun cuando se mueven en “juegos de lenguaje” distintos —teólogo, uno; escritor, el otro—, tienen “parecidos de familia” (Wittgenstein). Denuncian la misma realidad: una aldea global en la que cohabitan la miseria y la riqueza, la hambruna y el despilfarro, la desnutrición y la obesidad. Comparten la misma esperanza: salvar al mundo desde los “perdedores” de la historia.


En su último libro, Fuera de los pobres no hay salvación, Sobrino afirma que “del mundo de los pobres y las víctimas puede venir sanación para una civilización gravemente enferma.” (2008, p. 90). Por su parte, en un “Pacto entre derrotados” Sabato afirma que “cuando nos hagamos responsables del dolor del otro, nuestro compromiso nos dará un sentido que nos colocará por encima de la fatalidad de la historia. (Antes del fin, p. 164).


Julián González



Fragmentos de William Faulkner:

Te lo entrego (el reloj) no para que recuerdes el tiempo, sino para que de vez en cuando lo olvides durante un instante y no agotes tus fuerzas intentando someterlo. Porque nunca se gana una batalla, dijo. Ni siquiera se libran. El campo de batalla solamente revela al hombre su propia estupidez y desesperación, y la victoria es una ilusión de filósofos e imbéciles.

W. Faulkner, El ruido y la furia.

domingo, 30 de agosto de 2009

Fragmentos de Thomas Mann:

El tiempo, en realidad, no presenta ninguna cesura, no estalla una tormenta ni suenan las trompetas cada vez que se inicia un nuevo mes o un nuevo año, ni siquiera cuando se trata de un nuevo siglo; son los hombres quienes disparan cañonazos y tocan las campanas para celebrarlo.

Thomas Mann, La montaña mágica.

Fragmentos de Miguel Hernández:

El corazón es agua
que se acaricia y canta.

El corazón es puerta
que se abre y se cierra.

El corazón es agua
que se remueve, arrolla,
se arremolina, mata.

M. Hernández, Cancionero y romancero de ausencias.

sábado, 29 de agosto de 2009

viernes, 28 de agosto de 2009

Nos duele tu muerte

NOS DUELE TU MUERTE


Tu partida, tu adiós, tu silencio a los 21 años es otra muerte; una que nos dejó mudos, confundidos, con tremendo nudo en las entrañas, a punto de vomitarlas por tanto dolor acumulado. Innumerables preguntas arremolinadas en el rostro, en las manos.

Enmudeció tu boca de niño confundido, creíste que el sol ya no vendría para ti, que en la batalla solo quedabas tú, la muerte y el tiempo. Y nos quedamos con el corazón atorado, frágiles, inmunes, destrozados en medio de tu cadáver, de tanta gente.

Las pocas fuerzas que nos quedaron apenas las invertimos en algo que valiera la pena. Y mi madre con el alma compungida, herida, asolada. Sofía y Susana abrazadas, llorando, quizá sin saber lo que sea la muerte, pero vaciadas por tu ausencia.

Y pensar que ya no hubo un gesto que pudiera salvarte, tan sólo un acto que pudiese rescatarte del abismo suicida que desde hace tiempo estabas frecuentando. Pero ni llegó el gesto, ni tú supiste abrirte en algún instante. Se nos va la vida, mi hermano, y rara vez donamos una mirada, una palabra, un corazón que pueda salvarnos.

Benjamín, nuestro Benja, nuestro Minchito, sí, así te decíamos, así te decía tía Evita, Mamá María y Mamá Lila. Eras el tierno, el más chiquito, pero no sé qué fuerzas te engulleron; no sabemos qué dolor desgarró tu alma de niño generoso. Eras dulce, eras tierno en tu modo de ser. No tenías la soberbia o la arrogancia que algunos padecemos. Tú eras sencillo, humilde y sabías querer con el alma; pero a ti te la destrozaron, así lo dices en aquellas palabras que dejaste registradas en aquel fólder amarillo, ¿lo recuerdas?

¡Quiénes somos nosotros para juzgar tu corazón hermoso, tu alma escondida! Nunca sabremos qué tormentas te hundieron en el abismo de la muerte.

Pero te amamos, te queremos y te extrañamos, Minchito. Encontraremos tu flor cuando la hora nos llegue. Iremos tras de ti en la vastedad del tiempo.

Julián González

Amo

AMO

Amo esta soledad,
esta vida con sus ascuas cuajadas de dolor,
tus manos develándome otra forma de vida,
las palabras sinceras que generan sonrisas,
el gesto del niño que quiere amar sin porqués,
ese bullicio en el alba laboral,
esta música que ilumina mis ideas,
este afán por trascenderme,
esos recuerdos que fraguaron mis lágrimas,
y hasta el silencio de Dios cuando aúlla el sinsentido.

Pero busco otra vida,
otra donde la sangre sea de ternura,
donde la esperanza perdure en las raíces,
donde podamos vivir con los pies erguidos.
Otra,
donde haya más pan que locura,
donde no nos cobije la turbia miseria,
donde haya más palabras que armas,
donde puedan mis ideas jugar con las tuyas,
¡Sin que se aproxime el verdugo!

Pero busco otros verbos,
no los que violaron las manos asesinas,
tampoco los que convertimos en máscaras,
ni quiero los verbos manchados de sangre.
Sólo quiero aquellos como rocíos
para poder mirarte.
Sólo quiero aquellos como hierbas
para poder sembrarlos;
aquellos como la mañana
para poder nombrarlos.

Julián González

Un poco de paz

Mi tiempo

En tránsito

EN TRÁNSITO

Siempre estoy en tránsito.
La muerte me saluda con sus frías manos.
Su mirada redacta la forma en que escribo,
como si tratase de salvarse en mis palabras,
pero descubro su juego interminable:
su encanto es su destino:
envolverme en sus brazos;
y su venganza comienza
ahí donde me hereda la vida.

Duele este abismo entre la muerte y la vida.
Duele tu desnudez
cuando no encontró puerto seguro,
cuando la voz se anega en ti para florecer.
Duele asumir esta angustia con tus solos fantasmas,
duele este lenguaje proyectado, inconcluso,
esta noche extraviada,
estos pasos, asesinos de sus hijos.

Siempre estoy yendo,
inventando argumentos para resguardarme,
soportando la simpleza cotidiana,
queriendo trascender en la infinitud del verso.
Jugando a ser poeta,
construyendo horizontes.

Acude la nada a mi silencio…
Intento andar de otra manera…
Escribirme con otra tinta venidera…

Julián González

Fragmentos de Poe:

SOLO

(1830)

Desde la infancia no he sido
como eran los demás,
no he visto como los otros,
no saqué mis pasiones
de una fuente común.
No saqué de esa fuente mi dolor,
no desperté mi corazón a la dicha
en el mismo tono de ellos
y todo lo que amé, lo amé yo solo.
Ya entonces, en mi infancia,
en la aurora de una vida
sumamente tormentosa,
de cada abismo del bien y del mal
surgió el misterio que todavía me abruma:
(…)

Edgar Allan Poe

Ernesto Sabato: "testigo insobornable"

[RESEÑA]


Ernesto Sabato, Antes del fin, Seix Barral, Buenos Aires, 2006.

Sin afán de escribir con mayúsculas aquellos momentos decisivos de su existencia, Sabato nos hereda en su breve, pero esencial autobiografía, toda una visión del mundo. Algo así como una radiografía imprescindible del siglo XX. Hablando con más precisión: su obra se presenta como un juicio imprescindible sobre los excesos de la razón instrumental moderna.

En su primera formación se consolidó como físico-matemático. Trabajando en ese campo, declara, “experimentó” la seguridad del mundo de las ideas de Platón. Pero justamente de su desempeño en el ámbito de la matemática y de la física se desencadenó, en buena medida, la indomable pasión por el arte. De contemplar las “formas puras” de la matemática y las “leyes duras” de la física pasó a ser actor, autor y escritor de los desgarramientos más profundos de la existencia humana. Cuenta en su libro que cuando trabajó en el Laboratorio Curie (Francia), durante el día se entregaba con diligencia a la investigación que la ciencia demandaba, pero durante la noche entraba en las regiones del alcohol, las conversaciones metafísicas y en el mundo de la belleza de los surrealistas. Así lo expresa: “Durante ese tiempo de antagonismos, por la mañana me sepultaba entre electrómetros y probetas, y anochecía en los bares, con los delirantes surrealistas.” En esas noches el arte comenzó a seducir a aquel científico argentino.

Después de haber soportado burlas, desprecios y carencias económicas —hechos que nunca se cansan de perseguir a los genios—, salió a la luz pública, en 1948, su primera novela: El túnel. Cuenta que la historia de esta obra comenzó en Francia, en un momento terriblemente oscuro y abismático. Tras su publicación inmediatamente recibió el apoyo de Albert Camus, intelectual con quien luego charlarían sobre asuntos metafísicos y cuestiones de ética, según Sabato. Al mismo tiempo reconoce que varias obras terminaron consumidas por las llamas, pues siempre vivió con esa tendencia a incinerar sus propias creaciones. Hecho que también reconoce en las palabras preliminares de Sobre héroes y tumbas (1961), considerada su obra magna, así como también, la mejor novela argentina de los últimos tiempos. En su libro también reconoce que durante todo su periplo hasta llegar a la publicación de El túnel —y, por supuesto, durante casi toda su vida— Matilde Kusminsky Richter, su esposa, fue la eterna compañera en todas las batallas. Ahora, tras la muerte de ella y de su hijo Jorge Federico, sobrevive entre la soledad y sus pinturas.

Heredero de Pascal, Kierkegaard, Nietzsche, Kafka, Dostoievski, Stendhal, Faulkner, entre muchísimos otros, Sabato elabora en su autobiografía un crítica dura, certera y humana al mundo globalizado de hoy. Nacido en 1911, conoció las barbaries del nazismo durante la segunda guerra mundial; como comunista quedó nauseabundo cuanto constató los horrores del estalinismo; también lo marcó su participación en el informe argentino Nunca más (conocido también como Informe Sabato). Cuenta que las dactilógrafas en ciertos momentos tenían que ser sustituidas, pues caían presas del llanto al irse enterando de las brutalidades de la dictadura argentina. También critica lúcidamente las perversiones en la educación contemporánea. Evoca su época de formación en la que Argentina disponía de grandes y respetados intelectuales: científicos, humanistas, literatos, etc. Ahora ve con tristeza cómo la educación según el esquema de “comportamientos estancos” impide desarrollar un pensamiento crítico y de visión global. También arremete contra el énfasis desmedido en la formación informática. Se forma no en función del ser humano, sino de las máquinas.

Sabato, pues, es un testigo clave, imprescindible e insobornable para enjuiciar este mundo donde la injusticia, la miseria y la estupidez campean de forma obscena. Muy convencido de que al hombre moderno aún le falta que corregir la desmesurada confianza que depositó en la ciencia y la técnica. Para el novelista argentino las obscuridades, las tormentas y las esperanzas del corazón humano poco o nada entienden de la lógica científica. Por ello no se deben castrar ciertos saberes en beneficio de otros. Él encontró en el arte una mejor comprensión del ser humano, así como también una denuncia implacable contra la deshumanización y la barbarie que produce el homo sapiens sapiens. Prueba de ello son las siguientes palabras sobre el filósofo Émile Cioran: “Tengo la convicción de que su dolor metafísico se habría aliviado si hubiese podido escribir ficciones, por su carácter catártico, y porque los graves problemas de la condición humana no son aptos para la coherencia, sino únicamente accesibles a esa expresión mitopoética, contradictoria y paradojal, como nuestra existencia.”

Al final de su autobiografía Sabato propone un «Pacto entre derrotados», ésta propuesta sitúa al novelista argentino en esa franja de intelectuales como Walter Benjamin, Max Horkheimer y Hannah Arendt. Y en las siguientes palabras resuenan las preocupaciones filosóficas de Emmanuel Lévinas: “Cuando nos hagamos responsables del dolor del otro, nuestro compromiso nos dará un sentido que nos colocará por encima de la fatalidad de la historia.”

Héroe de ficciones y humanista profundo, Sabato vendría a ser, utilizando términos del filósofo español Reyes Mate, otro «avisador del fuego». Las siguientes palabras del novelista confirman esta idea: “Una de las misiones de la gran literatura: despertar al hombre que viaja hacia el patíbulo” (El escritor y sus fantasmas). Pero no cae en la desesperanza; cree en los jóvenes, en la lucha por un mundo más humano, en la creación artística, en la utopía encarnada, etc. Así finaliza su autobiografía: “Sólo quienes sean capaces de encarnar la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido.”

En torno a las concepciones de Dios

[RESEÑA]


Juan Antonio Estrada, Imágenes de Dios, Trotta, Madrid, 2003.

¿Tiene aún vigencia el homo religiosus? ¿Qué imagen de Dios presentan las religiones monoteístas? ¿Son las religiones obstáculo o ayuda para la paz mundial? ¿Qué papel desempeña el contexto histórico-cultural en la Revelación? ¿Hay Dioses diferentes o lo que hay son diversos caminos para llegar a un solo Dios? ¿Qué relaciones se dan entre religión y política? ¿Cómo analizar el problema del mal? Etc.

Partiendo de la crítica a la absolutización de la razón, la razón total, pero asumiendo al mismo tiempo la importancia de que la razón esté en todas partes, Juan Antonio Estrada desarrolla una reflexión filosófica sobre el lenguaje religioso, específicamente sobre las imágenes de Dios y la relevancia que éstas cobran en los ámbitos personal, cultural, social, político e histórico. Dicho estudio “problematiza” el discurso y la praxis del cristianismo desde el contexto de la globalización; al mismo tiempo va haciendo las conexiones necesarias entre la religión cristiana y las restantes religiones monoteístas: judaísmo e islamismo.

Las preguntas planteadas al inicio constituyen un buen indicio de los temas que se abordan en el libro. Una de las cuestiones principales que se analizan en el primer capítulo radica en la pregunta sobre la legitimidad de las religiones en el mundo de hoy, sobre la pervivencia de la actitud religiosa del ser humano. El autor defiende la tesis de que el conocimiento científico y filosófico no colma la búsqueda de saber y de sentido del ser humano.

Las respuestas de la ciencia y de la filosofía permanecen dentro de la inmanencia histórico-cultural, además el logos filosófico-científico está destinado a satisfacer, fundamentalmente, el afán cognitivo del ser humano; mientras que la religión acoge al ser humano en su totalidad, razón y corazón, así como también rompe la inmanencia en la cual se encuentran “atrapadas” la filosofía y la ciencia y se abre al sentido de la trascendencia.

De muchos son conocidas las imágenes del Dios guerrero que nos presenta el Antiguo Testamento: el Dios que lucha a la par de su pueblo, que castiga cruelmente a sus enemigos y quien es capaz también de desatar la ira en contra de sus propios hijos. El libro de los cristianos abunda en la presentación de un Dios violento. Otro ejemplo lo podemos ver en el islam, quizá el hecho más conocido sea lo que los musulmanes llaman guerra santa. Este tema cobró notoriedad en el ámbito mundial a raíz de los atentados terroristas en contra de los Estados Unidos en septiembre de 2001. Según el autor, en religiones como el cristianismo, el islamismo y el judaísmo las corrientes tradicionalistas fácilmente pueden recurrir a los textos sagrados para justificar la violencia. Es justamente aquí donde cabe la pregunta de si las religiones más que inspiradoras de paz son potenciadoras de la violencia.

Y es que la violencia radica en el seno mismo de las religiones monoteístas en cuanto que cada una de ellas se presenta como la única portadora de la verdad que Dios ha revelado. Esto, en última instancia, implica la tarea de someter o convertir a aquellos que aún no forman parte de dicha verdad revelada. Estas pretensiones universalistas constituyen la raíz de procesos violentos de imposición. Relacionado con esta problemática, tenemos el hecho de la ambigüedad de la revelación: ¿Qué fue lo que realmente dijo Dios? Con respecto a esto, el autor señala la importancia de reconocer que toda forma de revelación divina está mediada por el contexto histórico-cultural de quien la recibe. En este sentido, toda palabra de Dios es al mismo tiempo palabra humana, puesto que estamos ante lo que Dios dijo a través de los profetas. La falta de reconocimiento de este hecho conduce fácilmente a los fundamentalismos del libro.

Religión y política es otro tema de fundamental importancia al cual el autor le dedica un capítulo completo. Reconoce la ambigüedad de la religión en cuanto puede erigirse como aliada del poder político, como también puede constituirse en la voz crítica del sistema de turno. La Ilustración arremetió contra la vieja fusión entre Estado e Iglesia, al mismo tiempo que propugnaba por la separación entre poder político y poder religioso, esto hizo posible la retirada de la religión del ámbito público hacia la dimensión privada. Marx atacó la religión en tanto que la consideraba una ideología más al servicio de un sistema económico opresivo; mientras que Nietzsche “martilló” el cristianismo ya que veía en sus valores la decadencia de Occidente. Pese a estas críticas, y muchas otras más, lo cierto es que también en la tradición cristiana encontramos movimientos que se manifiestan con voz crítica ante el poder político establecido. Esto puede apreciarse en la historia de las primeras comunidades cristianas, así como también, para poner un ejemplo actual, en el caso de la teología de la liberación.

Pero la cuestión es más radical: la religión aún pervive entre nosotros, y como realidad que responde a la finitud, al deseo y a la esperanza juega un papel fundamental en la configuración cultural de los grupos humanos y en el orden político de las sociedades. Justamente por ser una respuesta a la totalidad del ser humano —razón, sentimiento y voluntad— la religión está siempre presente en el “sentido” de las culturas y en el “orden” socio-político. Además, la religión en tanto que institución corre el riesgo de utilizar la política como instrumento o ser instrumentalizada por el orden político. La necesidad de sobrevivir, por ejemplo, puede llevar a toda una jerarquía religiosa a tomar una de estas dos posibilidades, según el momento histórico.

El problema del mal es otra cuestión abordada por el autor. A partir de diversos sistemas filosóficos, analiza las posibilidades de una teodicea filosófica, así como también el significado de su actual crisis. La teología frente a la contraposición entre Dios y nihilismo y la crisis de la metafísica son las últimas grandes temáticas que se abordan en el libro.

Como teólogo y filósofo que es, Juan Antonio Estrada ofrece un texto indispensable para aquellos interesados en la reflexión filosófica sobre la religión.