domingo, 28 de marzo de 2010

"La civilización del capital"


La civilización que devora a sus hijos


José Antonio Zamora, Pensar contra la barbarie, Trotta, Madrid, 2004.


Inspirado en Theodor Wiesengrund Adorno, con aguda lucidez Zamora revitaliza el pensamiento crítico de cuño frankfurtiano.

Comienza haciendo referencia a aquel acontecimiento que, según Adorno, no solo cuestiona de raíz el sentido de la vida humana, de la historia, sino que sacude desde sus cimientos al pensar filosófico: Auschwitz. Ese lugar donde la técnica y la eficacia se dieron cita para exterminar a buena parte de la población judía de mediados del sigo XX.

Una de las tesis fuertes de Adorno y Horkheimer es que el sometimiento del ser humano a las “fuerzas” del progreso es la otra cara del dominio sobre la naturaleza, la conquista del espacio aéreo y la incursión más allá del globo terráqueo. Domeñamos la tierra, a la vez que destruimos la dimensión ética y espiritual del ser humano. Creamos ese tipo de personas que durante el día trabajaban diligentemente para la “Solución final” y, al caer la noche, retornaban a casa, a cumplir con las responsabilidades familiares. Piénsese en la idea sobre “la banalidad del mal” de Anna Arendt. Como dice Zamora, refiriéndose al exterminio judío: «Pero la aniquilación es el punto final de una proceso que comienza con la discriminación excluyente y pasa por la deshumanización de las víctimas. La aniquilación física va precedida de una aniquilación jurídica y moral, que estando en contradicción con las afirmaciones del universalismo y el cosmopolitismo moderno arroja una enorme sombra sobre las mismas y sobre su impotencia para impedir su catástrofe».

Ahora el “gran mercado” ordena y excluye, premia y condena. Es una orgía de mercancías, opulencia y miseria. Pero, como dice Hinkelammert, al socavar el globo extirpamos nuestra propia vida, es decir, la vida de todos. No hay escapatoria, la redondez de la tierra nos implica a todos. Escribe Zamora: «las fuerzas del mercado abandonadas a su propia lógica no sólo aumentan las desigualdades hasta extremos insospechados, sino que amenazan con destruir las bases naturales de la reproducción de la sociedad y dar razón a las previsiones más pesimistas sobre la crisis ecológica».

Hay gravísimos problemas, pues, en el mundo de hoy, hijo de ese acontecimiento socio-histórico que llamamos modernidad. Como es sabido, la razón moderna soñó con el progreso y la “civilización” para todos. Y aquellos “hombres de avanzada” se dispusieron a colonizar el mundo. El resultado fue poco progreso y abundante barbarie. La razón y el espíritu libre cayeron presos de la técnica y la eficacia. La conciencia llegó a ser un objeto más de administración. En esto tuvo mucho éxito la “industria cultural”. Una vez que ha triunfado la razón instrumental, cuya esencia consiste en saber adecuar medios a fines, difícilmente los individuos asumirán una actitud crítica, buscadora de la verdad. Y una sociedad que no educa en una reflexión crítica no crea auténticos caminos de liberación. «Los ritmos musicales —afirma Zamora— y los anuncios que martillean permanentemente a los individuos desde la radio les arrancan literalmente de la cabeza el pensamiento crítico. Y las imágenes que la televisión emite igualmente sin pausa tejen el velo encubridor más tupido. El conformismo es entrenado y exigido. (…) la cultura se convierte en un asunto de los grandes grupos empresariales y de la administración, que se apoderan de ella para estandarizarla y homogeneizarla de acuerdo, por un lado, con la finalidad del beneficio económico y, por otro lado, con el interés en la estabilización de una situación hostil a la autonomía de los individuos». Recordando a Marx, Ernesto Sabato dice que ahora la televisión es el “opio del pueblo”.

Habitamos una “civilización que devora a sus hijos”. No solo hay un socavamiento brutal de los recursos naturales y una terrible exclusión social. También se da un progresivo embrutecimiento de la conciencia humana. La mercancía como fetiche sigue haciendo de las suyas. El individuo queda expectante ante el mundo de las mercancías. Dice Antonio Zamora que «el carácter fantasmagórico de la mercancía asociado a su estética revela otra forma de dominación cuya finalidad última es la apropiación mercantil completa del individuo: la domesticación de sus anhelos incumplidos, la reorientación de su atención, la redefinición de su cuerpo, de la percepción de sí mismo y la realidad, la remodelación de su lenguaje, la reestructuración de su sensibilidad y su valoración».
Los centros comerciales son las catedrales de las mercancías (Benjamin). El individuo dibuja tras las vitrinas su ser insatisfecho, su deseo de poseer el producto, la marca, el nuevo modelo. Entre el deseo y la posesión se juega su realización. Y, de nuevo, como en tiempos de Marx y los frankfurtianos, no se ve el trabajo humano que “subyace” en las mercancías. No se ven los rostros famélicos de hombres y mujeres del tercer mundo que diariamente, entre la violencia social y el maltrato empresarial, dejan su vida en las fábricas, en las maquilas.

Es necesario, pues, pensar el mundo de otro modo, desde una dialéctica negativa en la que no hay salidas fáciles. Hay que re-activar la reflexión crítica frente la barbarie que la modernidad nos ha heredado. Y en esto resultan imprescindibles pensadores como Adorno, Horkheimer y Benjamin. Son filósofos que nunca son complacientes con el statu quo, con los mercaderes del poder. De ahí que lanzan una crítica certera a la sociedad capitalista en la que el dios dinero exige el sacrificio de vidas humanas en el “altar” del mercado. En esto resultan fundamentales conceptos como recuerdo y resistencia. El recuerdo de las catástrofes que tras de sí deja el “huracán del progreso” hace posible articular un pensamiento de resistencia y un sujeto crítico. Aquí no hay cabida para los fatalistas. La visión fatalista de la historia legitima acontecimientos como Auschwitz, Hiroshima, Ruanda, Irak…

Antonio Zamora revitaliza el pensamiento crítico y nos hace una humana invitación a re-pensar nuestro modo de entender el mundo y a nosotros mismos. Filósofos como Adorno aportan solidez y esperanza a aquellos hombres y mujeres convencidos de que “otro mundo es posible”.


JULIÁN GONZÁLEZ TORRES

Recensión publicada en: Revista de Ciencias Sociales y Humanidades (REALIDAD), 121, 2009, pp. 717-719.

"El ángel de la historia"


Memoria y redención: el lugar de los vencidos


Reyes Mate, Medianoche en la historia: Comentarios a las tesis de Walter Benjamin «Sobre el concepto de historia», Trotta, Madrid, 2006.


En la historia encontramos “vencedores” y “vencidos”, “grandeza” y “miseria”, “progreso” y “barbarie”. El pensamiento de Walter Benjamin parte de esa constatación. Pero su interés en la historia no lleva el sello de una ingenua objetividad. Tampoco entiende la historia como la acumulación lineal de hechos que cobran sentido desde el presente, desde un presente atravesado por los intereses de los vencedores. Denuncia toda actitud triunfal, encantada por el “progreso”, ya que sabe ver la barbarie sobre la que se ha construido el susodicho progreso. Por eso declara que «no hay un solo documento de cultura que no lo sea a la vez de barbarie. Y si el documento no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de transmisión de unas manos a otras. Por eso el materialista histórico toma sus distancias en la medida de lo posible. Considera tarea suya cepillar la historia a contrapelo».

Benjamin piensa desde una deslumbrante obsesión: que los cadáveres de los triturados por la historia no deben asumirse como unos entes más de la naturaleza (ríos, montañas, etc.). El filósofo judío se resiste a leer los cadáveres de los vencidos como losas de concreto sobre las que levantamos nuestro progreso. Va más allá de Horkheimer cuando nos habla de la redención de los vencidos. Esta idea mesiánica se articula con otra poderosa categoría judía, la memoria.

Escribe al respecto: «Es seguro que el tiempo no fue experimentado ni como homogéneo ni como vacío por los adivinos que escrutaban lo que esconde en su seno. Quien tenga esto presente, comprenderá quizás cómo se ha experimentado el tiempo pasado en la memoria: del mismo modo. Es sabido que a los judíos les estaba prohibido indagar sobre el futuro. La Torá y la plegaria les instruyen, en cambio, en la memoria. Ella les desencantaba el futuro al que sucumbían quienes buscaban información en los adivinos. Pero gracias a ello el futuro no se convirtió para los judíos en un tiempo homogéneo y vacío. Pues en él cada segundo era la pequeña puerta por la cual podía entrar el Mesías».

Benjamin, pues, bebe en la fuente del materialismo histórico y en la de la tradición mesiánica judía. Pero frente al marxismo no adopta una actitud ingenua. Al contrario, le echa en cara la adopción acrítica de la ideología progresista del positivismo. Por eso afirma que el auténtico materialista histórico debe asumir la penosa tarea de escribir la historia a contracorriente. Penosa en dos sentidos: porque hay que “cepillar la historia a contra pelo” y porque el historiador debe convertirse en trapero, es decir, tiene que escarbar en los desechos que no cuentan para el tiempo “lineal, homogéneo y vacío” del historicista.

Para este filósofo el pasado no se debe estudiar para encuadrar mejor el presente, como si los masacrados, torturados y desaparecidos fuesen los ladrillos demandados por el progreso presente. Una lectura así legitima siempre el orden de los vencedores. Piensa el pasado en destellos. Por eso recurre a la memoria. Declara Reyes Mate: «Lo propio, por tanto, de la mirada de la memoria es, en primer lugar, la atención al pasado ausente del presente y, en segundo, considerar esos fracasos o víctimas no como datos naturales que están ahí como están los ríos o las montañas, sino como una injusticia, como una frustración violenta de su proyecto de vida. La mirada del historiador benjaminiano se emparenta con la del alegorista barroco que no considera las ruinas y cadáveres como naturaleza muerta, sino como vida frustrada, una pregunta que espera respuesta de quien lo contemple. Esa atención a lo fracasado, a lo desechado por la lógica de la historia es profundamente inquietante y subversiva, tanto desde el punto de vista epistémico como político, porque cuestiona la autoridad de lo fáctico».

La interpretación que Reyes Mate hace de Benjamin sobresale en cuanto que plantea la posibilidad de una nueva epistemología y de una nueva política a partir del pensamiento del filósofo judeo-alemán. Los vencidos de la historia y los excluidos de la globalización constituyen el lugar de verdad en el que se constata el desastre humano que genera el progreso. Por otro lado, del lado político, la injusticia social no es un “estado de excepción” respecto del progreso, es su regla. Escribe Benjamin: «La tradición de los oprimidos nos enseña que el “estado de excepción” en el que vivimos es la regla». El autor escribe esto al ver la situación de los judíos en la Alemania de Hitler. Critica a aquellos que se sorprenden ante las políticas represivas, de exterminio y de expansión de los nazis. Como buen filósofo tiene claro que no está frente a un estado de excepción, sino frente a una realidad que es la regla de toda ideología progresista, una realidad en la que la historia la hacen los vencedores, en la que el progreso exige víctimas.

Contextualizando las ideas benjaminianas, la pobreza y la marginación social no constituyen un momento de excepción, es decir, superable en alguna etapa subsiguiente. Al contrario: la situación de hambruna y de miseria de gran parte de la población mundial constituye la regla indispensable para poder sostener el éxito, la buena vida y el despilfarro del primer mundo.

Benjamín, pues, es un pensador que nos invita a pensar desde los desechos de la historia, desde esos “no-lugares” que son irrelevantes para la historiografía de oficio. Es un pensador que con sus categorías de redención y memoria plantea el reto de leer nuestros diversos pasados no para legitimar el presente, sino para llevar luz a los olvidados por la historia, para alumbrar el presente desde la memoria de las víctimas del pasado.

En pocas palabras, quiere un ángel en la historia, el ángel de la historia: «Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. Representa a un ángel que parece estar a punto de alejarse de algo a lo que está clavada su mirada. Sus ojos están desencajados, la boca abierta, las alas desplegadas. El ángel de la historia tiene que parecérsele. Tiene el rostro vuelto hacia el pasado. Lo que a nosotros se presenta como una cadena de acontecimientos, él lo ve como una catástrofe única que acumula sin cesar ruinas sobre ruinas, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer los fragmentos. Pero desde el paraíso sopla un viento huracanado que se arremolina en sus alas, tan fuerte que el ángel no puede plegarlas. El huracán le empuja irresistiblemente hacia el futuro, al que da la espalda, mientras el cúmulo de ruinas crece hasta el cielo. Eso que nosotros llamamos progreso es ese huracán».

Con claridad magistral Reyes Mate nos introduce en la verdad y radicalidad del pensamiento benjaminiano. Una radicalidad que nos obsequia una perspectiva crítica para enjuiciar un mundo globalizado en el que la injusticia social es la regla, no la excepción. Desde Benjamin se puede repensar la praxis política, el compromiso ético y la búsqueda de la verdad. Su reflexión arroja luz en esos “no-lugares” invisibilizados por la verdad de los vencedores de la historia.

JULIÁN GONZÁLEZ TORRES

Recensión publicada en: Revista de Ciencias Sociales y Humanidades (REALIDAD), 121, 2009, pp. 714-717.

lunes, 15 de marzo de 2010

Fragmentos de Nietzsche:

"Poco a poco he ido descubriendo que hasta el presente toda gran filosofía ha sido la confesión de su autor, y (lo haya querido o no, se haya dado cuenta o no) constituye sus memoires [memorias]. Asimismo, he observado que, en toda filosofía, las intenciones morales (o inmorales) forman el germen verdadero de donde nace la planta completa."

F. Nietzsche, Más allá del bien y del mal, Edaf, Madrid, 2008, p. 53.

lunes, 8 de marzo de 2010

Decía Nietzsche:

"El hombre objetivo no es un modelo a seguir, no precede ni sigue a nadie, vive demasiado aparte para tener necesidad de tomar partido entre el bien o el mal. Si se le ha confundido durante tanto tiempo con el filósofo, el educador cesariano y el déspota de la civilización, se le ha hecho demasiado honor y no se ha reconocido su carácter esencial: el hecho de que es un instrumento, un esclavo, el esclavo sublime entre todos, sin duda, pero en sí mismo no es nada, presque rien! [¡casi nada!]".

F. Nietzsche, Más allá del bien y del mal, Edaf, Madrid, 1985, p. 195.