sábado, 16 de julio de 2011

"la verdad de las mentiras"

"¿Qué diferencia hay, entonces, entre una ficción y un reportaje periodístico o un libro de historia? ¿No están ellos compuestos de palabras? ¿No encarcelan acaso en el tiempo artificial del relato ese torrente sin riberas, el tiempo real? La respuesta es: se trata de sistemas opuestos de aproximación a lo real. En tanto que la novela se rebela y transgrede la vida, aquellos géneros no pueden dejar de ser sus siervos. La noción de verdad o mentira funciona de manera distinta en cada caso".

Mario Vargas Llosa, La verdad de las mentiras, Punto de Lectura, Madrid, 2007, p. 20.

miércoles, 13 de julio de 2011

el artista

"El escritor es el duelista que nunca acude a la hora prevista, que recoge el insulto como una curiosidad más, lo pone sobre su mesa y sólo entonces lo combate, a solas. Algunos llaman a eso debilidad. Yo lo llamo aplazamiento. Lo que en un hombre es debilidad, en un artista es la gloria, su rasgo característico... Lo que se retiene, lo que se guarda, es lo que luego explota en la soledad propicia. Por eso el artista es la persona más solitaria del mundo: porque vive, se esfuerza, lucha, muere y resucita a solas, siempre a solas".

Anaïs Nin, Incesto. Diario amoroso (1932-1934), Siruela, Madrid, 2008, p. 47.

sábado, 14 de mayo de 2011

la civilización que mata a tus hijos

No estoy en contra de las celebraciones. De hecho, quisiera celebrar este 10 de mayo junto a mi madre. Sobre todo, estrecharla en un fuerte abrazo y agradecerle, infinitamente. Pero, ¿cómo celebrar a las madres en el país que mata a sus hijos?

Al referirse al horror que habitamos, algunos afirman que vivimos en una “sociedad enferma”. Otros, quizá desde una lectura sociológica o política, hablan de una “sociedad polarizada”. También hay quienes afirman que tanto mal es el resultado de una “pérdida de valores”. Y, por supuesto, siempre pululan aquéllos para quienes estamos ya en “el fin de los tiempos”. Son los que menos aciertan, pero más adeptos ganan. Eso los convierte en los más peligrosos. La primera vez que escuché acerca del “fin de los tiempos” tenía diez años. Hoy tengo treinta y el fin aún no llega. ¿Estarán en lo cierto los otros?

Pienso que hay algo de cierto en las otras interpretaciones. Sin embargo, creo que la escalofriante verdad de ver cada día a tanto hijo muerto debe comprenderse (¡terrible expresión ésta!) a partir de un hecho muy concreto. Me refiero a la globalización y consolidación del sistema económico capitalista. Marx afirmaba que el capitalismo no sabe desarrollarse sin socavar, al mismo tiempo, las dos fuentes de toda riqueza: la tierra y el ser humano.

Quisiera explicar mi idea a partir de un filósofo a quien mucho le debo en mi formación filosófica. Me refiero a Max Horkheimer (1895-1973). En su artículo “La función social de la filosofía”, Horkheimer afirmaba que: “El impulso de la filosofía se dirige contra la mera tradición y la resignación en las cuestiones decisivas de la existencia; ella ha emprendido la ingrata tarea de proyectar la luz de la conciencia aun sobre aquellas relaciones y modos de reacción humanos tan arraigados que parecen naturales, invariables y eternos”. (Teoría crítica, Amorrortu, Buenos Aires, 2003, p. 276).

“Natural” resulta ir de compras y elegir entre éstas y aquéllas mercancías. Es “natural” que la gente construya portones y levante dos líneas de alambre razor. ¡Es por la seguridad! Hoy en día es “supernatural” que nos comuniquemos por telefonía celular. Pero: ¿Es natural que mientras los supermercados están sobresaturados de mercancías, miles de niños y niñas mueren a causa del hambre? ¿Es natural que existan empresas “de seguridad” que obtienen jugosas ganancias gracias a la violencia que nos azota? ¿Es natural que deban morir madres e hijos en la República Democrática del Congo para que las empresas puedan obtener el coltán y nosotros el soñado BlackBerry?

Natural sería que yo terminase empapado si se viniera la tormenta y no consiguiera refugiarme. Natural es que después de nueve meses de embarazo la madre tenga que dar a luz. Podríamos sumar ejemplos de ésta índole y nadie protestaría por lo de “natural”. Entonces: ¿Cuál sería la diferencia entre éstos hechos y los mencionados en el párrafo anterior?
Lo que sucede es que el ir de compras al supermercado, electrificar la casa con razor y llevar teléfonos será todo lo que se quiera, menos algo natural. Pero en nuestro diario vivir naturalizamos esas prácticas. Prácticas que ponemos en marcha en sociedades nucleadas por el capitalismo. Con nuestro modo de vida reproducimos, naturalizamos, un conjunto de prácticas, instituciones y procesos que benefician a unos pocos y sacrifican a muchos, como los miles de niños que mueren de hambre. Por eso Ignacio Ellacuría hablaba de la necesidad de construir la “civilización de la pobreza” en oposición a la “civilización del capital”. Éste modo de vida no es universalizable para toda la humanidad.

La idea de “sociedad mundial” acuñada por Antonio González puede ayudar a comprender nuestro razonamiento. Los actos humanos, desde el en apariencia más insignificante hasta el más complejo, constituyen un solo tejido mundial, es decir, una “sociedad mundial”. Al final del día, algunos tendrán el cereal en la mesa, al criminal lejos de la familia y un buen servicio de telefonía. Al final del día, también, en América Latina, Asia y África, muchos morirán de hambre, a balazos o, en el Congo, buscando el famoso coltán.

No vamos a decir que el capitalismo es el culpable de la muerte de nuestros jóvenes. Pero sí diremos que: (1) Hemos naturalizado las relaciones capitalistas. Lo histórico, lo transformable, se tornó natural, invariable y eterno, como advierte Horkheimer. (2) El sistema económico capitalista, en sus diversas aplicaciones (incluido El Salvador), genera bienestar, beneficios y riqueza para unos; mientras excluye y condena a muerte a muchos. Los perdedores de la historia, según Walter Benjamin.

Los muertos y los vivos de muchas madres salvadoreñas podrían haber tenido mejor suerte si hubiesen nacido en un país (¡un mundo!) cuyo motor esencial no fuese la acumulación privada de capital. Un país (¡un sueño!) donde la premisa fundamental de cualquier praxis humana fuese desarrollar a plenitud toda vida humana.

Hay que celebrar. La fiesta es un ritual indispensable para el animal humano. Pero no olvidemos el dolor. El calvario de la madre salvadoreña por tanto hijo muerto. Por vivir en el país que mata a sus hijos. Que el abrazo, el amor y el dolor descubran caminos para inventar un mejor país, otro mundo posible.

JULIÁN GONZÁLEZ TORRES

Publicado en el periódico digital ContraPunto: http://www.contrapunto.com.sv/colaboradores/la-civilizacion-que-mata-a-tus-hijos

viernes, 6 de mayo de 2011

Sabato: Después de su fin

Antes del fin. Así tituló Ernesto Sabato su relato autobiográfico. Ahora que llegó su fin muchos comentan su muerte. Sabato es, sin lugar a dudas, uno de los grandes. Su escritura guarda “parecidos de familia” (Wittgenstein) con otros escritores consagrados por la historia. El uso de la “M.” en Abaddón el exterminador recuerda la “K.” de El proceso. Pero no me refiero al empleo de ciertas formas, sino a la actitud que compartieron ante los grandes problemas del “alma humana moderna”.

Quizá el mayor impacto de mi encuentro con Sabato radica en que me llevó a leer autores imprescindibles: Flaubert, Kafka, Thomas Mann, Dostoievski, entre otros.

¿Qué especie de sintonía literaria hay entre Sabato y aquéllos autores? Creo que su parecido responde a un hecho muy concreto: al valor que tuvieron para penetrar en las regiones más oscuras del hombre moderno. Eso requería un doble esfuerzo: (1) comprender la trama de la época histórica que les tocó vivir; (2) desmenuzar por completo al ser humano. Toda su realidad. Y así, quedamos descolocados frente al suicidio (¡asesinato!) de Madame Bovary. Sufrimos de principio a fin con el proceso de Josef K. Padecimos la enfermedad de Hans Castorp. De pronto, creímos ser el confidente de Raskolnikov y nos pareció tan inocente. Más de alguno habrá sentido que él era Raskolnikov. ¡Y cómo no comprender la existencia humana desde los razonamientos de Juan Pablo Castel y la tormentosa vida de Alejandra!

En sus obras también hay lugar para los sueños, el amor y la esperanza. Pero sobre todo, una profunda fe en la humanidad. Así, después de todo, parece que Madame Bovary conoció el amor. Josef K. no entregó su cuello al primer intento para que lo degollaran. Al leer La montaña mágica fuimos un discípulo más, junto a Hans Castorp, de las enseñanzas de Settembrini y Leo Naphta. ¡Cómo ignorar la escena en que Raskolnikov se arroja a los pies de Sonia, la prostituta, y le grita que no llora por ella, sino por toda la humanidad! Y Martín nos estremece con la decisión de rehacer su vida. En medio de la muerte de Alejandra encuentra cierta esperanza y decide viajar hacia la Patagonia. Amor y odio, vida y muerte, esperanza y desaliento.

Quizá estos autores son descendientes de Heráclito, apodado, según dicen, “El Oscuro”.

Esto explicaría, en parte, aquéllas palabras de Sabato en Abaddón el exterminador: “el hombre es un ser dual… Trágicamente dual. Y lo grave, lo estúpido es que desde Sócrates se ha querido proscribir su lado oscuro”.

Desencantado de las formas platónicas que aprendió en la matemática, Sabato decidió explorar la nuda complejidad del ser humano a través de las letras. Eso significó, entre otras cosas, que Bernardo Alberto Houssay, Premio Nobel de Medicina en 1947, le retirara el saludo. Pero no desistió de la opción tomada. En ella se mantuvo hasta su muerte. Para él escribir no fue un pasatiempo, sino un compromiso. Un “terrible” compromiso con la humanidad. Por eso afirma en El escritor y sus fantasmas: “Una de las misiones de la gran literatura: despertar al hombre que viaja hacia el patíbulo”. Estas palabras evocan a otro grande, Faulkner. En su discurso en ocasión de recibir el Premio Nobel (1950) afirmó: “Me rehúso a aceptar el fin del hombre”.

Otro gesto imponderable de Sabato fue su profundo interés por los jóvenes. Sobre todo, por aquéllos que, sumergidos en la angustia, ansían saber si llevan en su interior la vocación literaria. En Abaddón el exterminador Nacho increpa a Sabato por haber “vendido” su rostro a la revista Gente. “¡Canallita!” le llama por haberse dejado seducir por el mundo de la farándula. Pero en el memorable pasaje titulado “Querido y remoto muchacho” Sabato se reivindicó frente a Nacho y ante todos aquellos deseosos de escuchar un consejo de su maestro.

Así escribió Sabato para aquéllos jóvenes angustiados por el gusano de las letras que se remueve en sus entrañas:

“Sólo el arte de los otros artistas te salva en esos momentos, te consuela, te ayuda. Sólo te es útil (¡qué espanto!) el padecimiento de los seres grandes que te han precedido en ese calvario. Es entonces cuando además del talento o del genio necesitarás de otros atributos espirituales: el coraje para decir tu verdad, la tenacidad para seguir adelante, una curiosa mezcla de fe en lo que tenés que decir y de reiterado descreimiento en tus fuerzas, una combinación de modestia ante los gigantes y de arrogancia ante los imbéciles, una necesidad de afecto y una valentía para estar solo, para rehuir la tentación pero también el peligro de los grupitos, de las galerías de espejos. En esos instantes te ayudará el recuerdo de los que escribieron solos: en un barco, como Melville; en una selva, como Hemingway; en un pueblito, como Faulkner. Si estás dispuesto a sufrir, a desgarrarte, a soportar la mezquindad y la malevolencia, la incomprensión y la estupidez, el resentimiento y la infinita soledad, entonces sí, querido B., estás preparado para dar tu testimonio”.

Ernesto Sabato ha muerto en Santos Lugares. La muerte no quiso que sus seres queridos y seguidores le celebraran cien años de vida. O tal vez —pudoroso en exceso, como siempre— hizo un pacto con la muerte. Lo cierto es que llegó el tiempo de Después de su fin. Pero su obra narrativa y ensayística vive ya entre las grandes.


JULIÁN GONZÁLEZ TORRES

Publicado en: http://www.contrapunto.com.sv/colaboradores/ernesto-sabato-ha-muerto-en-santos-lugares

lunes, 25 de abril de 2011

Anthony De Mello:

"La religión es una cosa buena en sí, pero en manos de gente dormida puede hacer mucho daño... Si nos identificamos con las teorías sin cuestionarlas con la razón -y sobre todo con la vida- y nos las tragamos almacenándolas en la mente, es que seguimos dormidos".


Anthony De Mello, Autoliberación interior, Lumen, Buenos Aires, 1999, p. 27.

viernes, 1 de abril de 2011

Decía Rainer María Rilke:

... esta es la verdadera razón de la vida de un artista: la comprensión tanto como la creación.

Para ello no hay ninguna medida de tiempo; un año no cuenta, y diez años nada son. Ser artista es: no calcular y no contar; crecer como el árbol, que no apura sus savias y que está, confiado, entre las tormentas de primavera, sin la angustia de que no pueda llegar un verano más. Llega, sin embargo. Pero solamente llega para los que tienen paciencia y viven despreocupados y tranquilos como si ante ellos, se extendiera la eternidad. Lo aprendo día a día; lo aprendo también a través de sufrimientos, a los cuales estoy agradecido por ello: paciencia es todo.

Rainer María Rilke, Cartas a un joven poeta, Edicomunicación, Barcelona, 1999, p. 24.

lunes, 28 de febrero de 2011

Así lo dijo un Genio salvadoreño:

"Para zanjar tantas dificultades creadas por la diversidad de opiniones, el espíritu moderno ha propuesto un medio razonable que deja en paz á las conciencias y á la libertad en pleno desenvolvimiento, es: la secularización de la escuela. Es decir, la escuela laica, institución del estado laico. De la enseñanza primaria se excluye la enseñanza del dogma. El preceptor se limitará á la difusión de la ciencia humana. El sacerdote en el templo enseñará la ciencia divina. Con esta transacción se salva la ley, no se viola la libertad de cultos, ni se hiere ningún credo.

... Un solo niño protestante que hubiese en una de nuestras escuelas tiene derecho á ser respetado en su creencia; porque toda violencia contra la conciencia es inicua y odiosa".

David J. Guzmán, De la organización de la instrucción primaria en El Salvador, Imprenta Nacional, San Salvador, 1886, p. 104.

sábado, 26 de febrero de 2011

el salvador: conocer nuestro presente en nuestro pasado

El Salvador: conocer nuestro presente en nuestro pasado


En El Salvador, nuestro lenguaje político contemporáneo no se entendería sin conceptos como “República”, “Ciudadanía”, “Democracia”, “Poder legislativo, judicial y ejecutivo”, etc. Evidentemente, no se trata de simples palabras. Son ideas que nos remiten a los fundamentos políticos del Estado salvadoreño. Por otro lado, quienes disfrutamos del rico y diverso mundo de la academia, consideramos fundamental la libertad de pensamiento; el derecho a publicar y difundir nuestras ideas; el uso de la tolerancia para el diálogo abierto, crítico y bien fundamentado; etc. No obstante: ¿Cuál fue la trama histórica que hizo posible llevar a la práctica esos ideales? ¿En qué momento de la historia nos constituimos en República? ¿Cuál es la diferencia entre República y Democracia, o es que acaso significan lo mismo? Formalmente nos seguimos llamando República, pero hoy en día a nadie le interesa reivindicar ese ideal, como sí se reivindica el valor de la Democracia.

Esas y otras preguntas nos llevan, inexorablemente, al siglo XIX centroamericano y salvadoreño. Así como ahora escuchamos decir que somos hijos de la Guerra Civil que duró 12 años; también podemos afirmar, sin lugar a dudas, que seguimos siendo hijos, o nietos, del siglo XIX. Las bases que sostienen lo que hoy llamamos Estado salvadoreño se forjaron en aquella época. En ese sentido, cualquier indagación o reflexión sobre la génesis histórica de las ideas arriba planteadas nos llevará, necesariamente, a los procesos sociales, políticos y culturales que se dieron cita en las Provincias de Centroamérica en los años previos y posteriores a la independencia de España.

Este año, 2010, se desató toda una polémica en torno al decreto sancionado por algunos diputados de la Asamblea Legislativa, el cual aprobaba la lectura de la Biblia en los centros de educación pública. Algunos medios de comunicación salieron a las calles a recoger la opinión de la gente; muchos pastores evangélicos estaba felices —se frotaban las manos— con el decreto. Pero muchos quizás no sabían que con dicho decreto El Salvador estaba retrocediendo en una conquista con más de cien años de existencia: la educación laica. Desde 1880 el Estado inició una batalla por expulsar la enseñanza del catecismo de la Iglesia Católica de las escuelas públicas; lucha que no consolidó, al menos jurídicamente, hasta 1889, cuando se emitió un nuevo reglamento de educación primaria que ya no contempló la enseñanza de la doctrina cristiana. Algunos dirán que la lectura de la Biblia en ningún momento buscaba catequizar, sino formar en valores. En realidad, cualquier libro sagrado que ingrese a las aulas de las escuelas públicas estaría violando el carácter aconfesional del Estado y “el libre ejercicio de todas las religiones”, derecho sancionado por el artículo veinticinco de la Constitución actual.

Los defensores del decreto hablaban de la necesidad de educar en valores; de ahí que, razonaban, la lectura de la Biblia en las escuelas proveería a los niños de “buenos” valores, y así tendríamos personas ejemplares, dignas de imitar, en definitiva, buenos ciudadanos.

“Educar buenos ciudadanos”. Tampoco es un tema nuevo. Ya en mayo de 1874 el presidente Santiago González aprobaba la enseñanza de la Cartilla del ciudadano —escrita por el intelectual Francisco Esteban Galindo— en las escuelas del país; la medida buscaba formar a los ciudadanos que el Estado demandaba. Formar a aquellos que serían los hacedores de la patria, ya fuere legislando, enseñando en las escuelas o gobernando. Educar al buen ciudadano significó para aquella época educar en el respeto a las leyes y al bien público. La moral republicana insistía en el respeto a las leyes y a la Constitución, puesto que de eso dependía la buena marcha de la República. Ser patriota en el sentido republicano de la época significaba velar por el orden y el bien público, esto era lo fundamental.

Hoy, en lugar de estar sugiriendo más trabajo para los ya bien “atareados” profesores, habría que empezar a hacer ciertas cosas en apariencia triviales, pero tan importantes que hasta podríamos salvar vidas: que el conductor respete la “cebra” del peatón, que no se cruce la calle cuando el semáforo esté en rojo; educar desde el seno familiar en el respeto y la igualdad entre géneros; que los funcionarios públicos cumplan a cabalidad su trabajo; que los diputados verdaderamente trabajen por el bien público; aprender a no tirar la basura a la calle; que todos los empresarios —¡por fin!— paguen los impuestos; etc.

Volviendo al principio: el presente no es sin un pasado que lo constituya. El presente es justamente porque el pasado fue; en el presente se hace presente el pasado y se proyecta el futuro. Y las ideas, como las sociedades humanas, conservan su propia historia; una historia que no acontece al margen de los procesos históricos, sociales y políticos. Las ideas se deben a un contexto histórico plagado de intereses, visiones y poderes, y muchas veces en abierta o solapada pugna. De ahí que no encontraremos ideas puras; tocará estudiarlas siempre como seres “manchados” por los intereses, los sueños y las contradicciones de quienes hacen la historia. Y es en ese entramado histórico —que reúne ideas, intereses y poderes, a veces tan diversos y contradictorios; en sospechosas e impensables alianzas o en franca lucha fraticida— en el que nos vamos constituyendo como individuos, como hombres y mujeres, y como ciudadanos.

Estudiar nuestro pensamiento, nuestras ideas, significa remover las piezas, los fragmentos de nuestro pasado; significa irrumpir entre la historia ya contada y aquella que aguarda escondida o ensombrecida a la espera de ser reconstruida. El escritor argentino Ernesto Sabato decía que sólo cuanto han alcanzado cierta madurez los pueblos se lanzan a la tarea de conocer su propia historia, sin miedos y sin prejuicios. Estudiar nuestro pasado significa asumir nuestros errores, no sentir vergüenza ante los sueños inconclusos de aquellos hombres y mujeres que nos precedieron.

Y, por supuesto, conocer toda nuestra historia. Piénsese, por ejemplo, si acaso hay salvadoreños estudiando la Guerra Civil que nos dejó cerca de cien mil muertos y sin personas de la talla de Oscar Arnulfo Romero e Ignacio Ellacuría.

Conocer nuestra historia es conocernos a nosotros mismos. Sólo mediante el desciframiento del pasado podremos comprender por qué hoy somos como somos y lo que somos.

"Editorial", Revista de Ciencias Sociales y Humanidades (REALIDAD), 126, Octubre-Diciembre 2010.