miércoles, 23 de mayo de 2012

Apuntes de Introducción a la Antropología Filosófica. Ciclo 01-2012.

EL CARÁCTER SOCIAL DEL SER HUMANO.
Semana del 21 al 25 de mayo de 2012.

(1) Nuevamente, estimadas alumnas y alumnos, nos encontramos en el “blogeo”. A decir verdad, percibo cierto cansancio en mi “vocación” de escribidor; no obstante, en la medida de lo posible, trato de cumplir con lo prometido , así que entrémosle a la cuestión.

(2) El tema que hoy nos convoca es “El carácter social del ser humano”. Como he advertido en más de una ocasión, nuevamente estamos frente a esta pregunta: ¿Qué es el ser humano? Comprenderán a estas alturas del curso que para nada es una pregunta sencilla. Como les decía en la clase pasada (lunes 21 de mayo), bien podríamos decir, en forma burda, que en realidad el ser humano “es” muchas cosas. Afinando el lenguaje: que el ser humano es una realidad constituida por múltiples dimensiones. De manera que el carácter social aparece como una dimensión esencial o constitutiva del animal humano. Ahora bien: ¿acaso no es esto una mera constatación empírica?; ¿acaso no se nos ha enseñado que también las abejas y las hormigas viven en sociedad? Desde un punto de vista filosófico: ¿cuál es la trascendencia —si ustedes quieren, el significado— del vínculo social en el animal humano? Vayamos por pasos.

(3) La constatación teórica del carácter social del ser humano no es nada novedosa. Cuando Aristóteles afirma que “el hombre es un ser político por naturaleza” (Aristóteles, Ética a Nicómaco, Alianza, Madrid, 2001, p. 58), quiere indicar que el hombre sólo puede realizarse plenamente en la polis, es decir, con los otros, en comunidad. De hecho, es bastante común escuchar decir que para pensadores como Platón y Aristóteles, el todo (la comunidad política) siempre se consideró como primordial respecto de sus partes (que serían los individuos). Y, en términos generales, durante la Edad Media predominó la noción de que el todo (lo social, lo colectivo; bien podríamos decir, los estamentos) era superior a cada una de sus partes (las personas, los sujetos). A mis alumnos que están en el curso de Filosofía Medieval les pido de favor que me cuenten qué cara pone José Antonio Espada cuando se entere de la barbaridad que acabo de decir (Jejeje…). Bueno, el asunto es que no será sino hasta en la Modernidad que la noción de Individuo cobrará más fuerza en la vida política, cultural y económica. En otras palabras, a partir de la Modernidad se explayó con fuerza la creencia de que el Individuo era el elemento esencial en el entorno social, es decir, que si había (existía) sociedad o mundo social era porque previamente habían (existían) individuos que en virtud de una especie de suma con-formaban la sociedad. El filósofo John Locke (1632-1704) fue uno de los máximos exponentes de esta creencia. Afirmaba que los hombres “buscan la sociedad y desean reunirse a otros que lo estén ya, o tengan los deseos de hacerlo o de componer un cuerpo para la conservación mutua de sus vidas, de su libertad y de sus bienes, conjunto que en general llamo propiedades”. (John Locke, Tratado del gobierno civil, Claridad, Buenos Aires, 2005, p. 95). Así, se fracturaba aquel viejo principio de que el todo (lo social) era más importante que las partes (los individuos). Muy bien, llegados a este punto, vayamos al texto de Ignacio Martín-Baró para ir dilucidando las preguntas que nos hacíamos en el párrafo dos.

(4) Lo cierto es que se presentan ante nuestros ojos dos polos que son irreductibles el uno al otro: por un lado, el Individuo; si ustedes quieren, el Yo; por otro lado, la Sociedad o Colectividad. Ahora bien, el asunto es que partimos del reconocimiento que entre ese Yo y esa Sociedad hay un vínculo inexorable, es justamente el vínculo social, o, lo que muy acertadamente Martín-Baró llama “carácter social”. Pero, ¡ojo!, el término “carácter” no hace referencia a algo “añadido”, “secundario”; como quien dice de alguien: “es su carácter”. “Carácter” en la terminología de Martín-Baró hace referencia a algo esencial, nada más y nada menos que el vínculo social. Entonces: ¿cómo se conceptúa ese vínculo social? Respondamos a continuación.

(5) Es aquí donde entran las diferentes teorizaciones en torno al carácter social del ser humano. En primer lugar, estarían aquellas posturas que conceptúan el carácter social como una cuestión de índole esencialmente biológica. En forma específica, Martín-Baró hace referencia al etólogo Konrad Lorenz (1903-1989). Este científico fue un gran estudioso de la conducta animal. Llegó a identificar cuatro instintos fundamentales: nutrición, procreación, fuga y agresión. Pero cobró fama mundial por sus trabajos sobre la agresividad en las especies animales. El punto es que para intelectuales como Lorenz el elemento decisivo en la construcción de las relaciones sociales no estaría tanto en una supuesta libertad o plasticidad de la naturaleza humana, sino en el hecho universal de compartir la misma base instintiva. No es que Lorenz no reconozca el papel de la libertad humana; pero al llevar su postura científica hasta las últimas consecuencias, resulta que el carácter social estaría condicionado, en última instancia, por su condición genética específica.

(6) Luego estaría aquella perspectiva intelectual que concibe el elemento social en el ser humano no como algo sustancial, sino como una nota secundaria, agregada o, en todo caso, accidental. En esta perspectiva estarían no sólo conductistas como Skinner (1904-1990), sino también el mismo Locke. Ambos, desde campos diferentes, conciben el carácter social como algo secundario al individuo. Y es que para estos pensadores la sociedad es, en esencia, una suma o conjunto de individuos. En palabras de Martín-Baró:

“La sociedad, en este contexto, no es más que la fuente de recursos necesarios para la satisfacción de los individuos. El individuo es una totalidad completa en sí misma; los otros son estímulos o circunstancias externas, incluso si se les considera necesarias para la propia supervivencia”. (Ignacio Martín-Baró, Acción e ideología. Psicología social desde Centroamérica, UCA Editores, San Salvador, 2001, p. 59).

Respecto del Locke, Antonio González afirma lo siguiente:

“Combatiendo al absolutismos, se convirtió en el intelectual favorito de la burguesía de su tiempo, y en uno de los más importantes teóricos del liberalismo, es decir, la doctrina política y económica que defiende como valor supremo la libertad de los individuos y la necesidad de que la sociedad y el Estado se sometan a los intereses individuales de quienes la forman”. (Antonio González, Introducción a la práctica de la filosofía, UCA Editores, San Salvador, 1997, pp. 238-239).

(7) A continuación, Martín-Baró se detiene en aquellos enfoques teóricos que conciben el carácter social como construcción histórica. Brevemente, hace un análisis de la perspectiva del psicoanálisis (Sigmund Freud), del interaccionismo simbólico (George H. Mead) y del modelo grupal-interpersonal (Karl Marx). Lo interesante en estos estudios es que el carácter social cobra una dimensión fundamentalmente histórica y no es visto como algo secundario o externo; al contrario, se considera una dimensión esencial a la condición humana.

(8) Quiero, en tal sentido, detenerme en el último enfoque (“El carácter social como construcción grupal-interpersonal”). Martín-Baró expone esta posición en los siguientes términos:

“Desde esta perspectiva lo social es el carácter fundamental del ser humano, y está constituido primero y sobre todo por la ubicación objetiva del individuo en un punto concreto de la red de relaciones estructurales de una determinada sociedad, pero está constituido también por el proceso que la propia persona como sujeto va realizando desde ese punto de partida” (p. 65).

Por tanto, desde esta perspectiva teórica el carácter social es conceptuado como una dimensión constitutiva a la naturaleza humana, pero que se realiza objetivamente en la real y concreta dimensión histórica del sujeto humano. El ser humano está (es) abierto a la historia, y desde esa radical y constitutiva apertura humana se va construyendo el carácter social; de manera que la configuración individual, el yo, cobra plena realidad en y gracias al primario hecho de estar vertido hacia los otros. Ciertamente, el individuo sufre una primaria imposición social de los otros; pero lo cierto es que en su modo de ser y hacer en el mundo hay “modulaciones” (personalidad, acervo de conocimientos, respuestas, etc.) que son enteramente individuales, es decir, de sujetos (o "yos") singulares.

(9) Tres preguntas nos hacíamos al inicio: ¿acaso no es esto (“el carácter social del ser humano”) una mera constatación empírica?; ¿acaso no se nos ha enseñado que también las abejas y las hormigas viven en sociedad? Desde un punto de vista filosófico: ¿cuál es la trascendencia —si ustedes quieren, el significado— del vínculo social en el animal humano? Pues bien, tenemos las respuestas.

En primer lugar, no se trata de una mera constatación empírica; al contrario, se trata de una constatación primordial para efectos de comprender qué es eso que llamamos “lo humano” o “la humanidad”; el vínculo social es una realidad esencial sin la cual difícilmente podríamos comprender, en su máxima integralidad, al animal humano.

En segundo lugar, ciertamente se dice que tanto las abejas como las hormigas viven en sociedad; no obstante, estos animales podrán ser todo lo sociales que queramos, pero el carácter abierto (plástico) de la naturaleza humana le ha permitido configurar niveles de socialización que ninguna otra especie ha alcanzado. Además, en la especie humana la dimensión social no se comprende sin su constitutiva dimensión histórica. Ciertamente, el carácter social tiene una base biológica (genética), pero la socialidad humana no se reduce a ese fuerte componente biológico, sólo en la construcción histórica el ser humano puede plenificarse como sujeto social.

En tercer lugar, el carácter social del ser humano cobra un sentido trascendental, puesto que, en última instancia, demuestra que sin ese vínculo social el individuo de la especie humana difícilmente puede alcanzar plenitud (realización personal) a lo largo de la vida. En otras palabras, el vínculo social es una realidad histórica sin la cual el individuo en cuanto tal difícilmente puede lograr una efectiva humanización. Por supuesto, por esa misma vía, es decir, por la vía de lo social, también puede lograr su efectiva deshumanización. Y esto nos conecta, nuevamente, con nuestro mundo actual. Es decir, ¿habitamos sociedades en las que niños y niños pueden alcanzar efectivos procesos de humanización? Depende del lugar social en que se nazca, dirán algunos. Muy bien, reflexionemos más en torno a esa pregunta.

Bueno, estimados alumnos, nos veremos en la clase. En esta ocasión los apuntes han sido breves. Procuraré, para la próxima, más abundancia de ideas.

JULIÁN GONZÁLEZ TORRES.


miércoles, 16 de mayo de 2012

Apuntes de Introducción a la Antropología Filosófica. Ciclo 01-2012.

LA IMAGEN DEL SER HUMANO EN LA POSMODERNIDAD.
Semana del 14 al 18 de mayo de 2012.

I. Y bien, estimadas alumnas y alumnos, hemos arribado al tema de la Posmodernidad, específicamente a la pregunta de cómo se conceptuó al ser humano o a la humanidad con el advenimiento de la Posmodernidad. Vamos, por tanto, a entrar en materia. Pero no olviden que estas notas son, en esencia, tan sólo apuntes, en virtud de lo cual las ideas corren el riesgo de quedar abiertas, es decir, no exactamente definidas o delimitadas como quisiéramos. No obstante, en honor a José Ortega y Gasset (1883-1955), quien afirmaba que la cortesía del filósofo es la claridad, procuraré hablar con cierta claridad.

II. Quiero, en primer lugar, provocarles una reflexión crítica con el siguiente fragmento de Friedrich Nietzsche (1844-1900), el cual he extraído de su obra La gaya ciencia:

“¿No habéis oído de aquel hombre loco que una luminosa mañana encendió un farol, corrió al mercado y se puso a gritar incesantemente: «¡Estoy buscando a Dios!, ¡estoy buscando a Dios!»? Justo allí se habían juntado muchos de los que no creían en Dios, por lo que levantó grandes carcajadas. ¿Acaso se te ha extraviado?, dijo uno. ¿Se ha perdido como un niño?, dijo otro. ¿O es que se ha escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se ha embarcado?, ¿habrá emigrado?: así gritaban y se reían todos a la vez. El hombre loco se puso de un salto en medio de ellos y los taladró con sus miradas. «¿A dónde se ha marchado Dios», exclamó, «¡os lo voy a decir! Lo hemos matado, ¡vosotros y yo! ¡Todos nosotros somos sus asesinos! Pero ¿cómo lo hemos hecho? ¿Cómo hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos ha dado la esponja para borrar todo el horizonte? ¿Qué hemos hecho cuando hemos soltado la cadena que unía esta Tierra con su sol?”. (F. Nietzsche, La gaya ciencia, EDAF, Madrid, 2002, p. 209).

Infinitas preguntas atizan nuestro intelecto: ¿Fue Nietzsche un filósofo posmoderno? ¿La Posmodernidad mató a Dios? ¿La Posmodernidad es cosa de “hombres locos”? ¿Para la Posmodernidad Dios está muerto? ¿Qué pasó con Dios en la Posmodernidad?

III. Pero los invito a hacernos esta otra pregunta: ¿Por qué iniciar con Nietzsche el tema de la Posmodernidad? Respondiendo ésta, daremos respuesta a las otras, o, por lo menos, a algunas de las otras. Pues bien, por qué iniciar con Nietzsche. Ante todo, debe quedar claro que en ese texto nietzscheano Dios es sinónimo de fundamento filosófico, en sentido estricto: sinónimo de fundamento metafísico. Pero, ¿qué significa eso de fundamento metafísico? Respondamos esta pregunta en tres pasos, para luego volver a la interrogante anterior.

(1°.) Ustedes deben tener claro que Nietzsche, como filósofo, tenía un objetivo muy bien definido: efectuar una crítica radical a toda la filosofía que se había venido realizando desde tiempos de Sócrates; entre otras razones, porque Nietzsche consideraba que casi todo el pensamiento filosófico producido desde los griegos hasta la modernidad no había sido más que una pésima negación de la vida, es decir, la vida concreta de los individuos, con sus contradicciones, traumas, dolores, felicidad, angustias, miedos, etc. Nietzsche es un gran crítico de Sócrates y Platón, por ejemplo. Los acusa de ser los grandes despreciadores de la vida. Al respecto, les sugiero el libro Crepúsculo de los ídolos.

(2°.) Nietzsche cree que con el advenimiento del Cristianismo los filósofos situaron al Dios cristiano como el fundamento (principio) último de todo lo existente; es decir, para el pensamiento filosófico Dios se convirtió en el fundamento de todo lo real y verdadero. A esto nos referimos cuando decimos que Dios es sinónimo de fundamento metafísico. Y con la llegada de la modernidad, aun cuando el mundo fue cobrando cada vez más un marcado antropocentrismo, según lo estudiamos la semana pasada, lo cierto es que los hombres de la Modernidad no renunciaron a la idea de Dios como “garante último” de un mundo al cual el hombre aspiraba a conquistar mediante la ciencia y la técnica. Esta idea la desarrolla el filósofo Juan Antonio Estrada en los siguientes términos:

“Los sistemas metafísicos unitarios y cerrados del pasado están marcados por el pensamiento de la identidad. Son sistemas globales referidos a un principio único (Dios, el ser), que sirve, al mismo tiempo, de fundamento y origen. Las metafísicas tradicionales son sistemas unitarios vinculados a un principio original y extramundano, que no se identifica necesariamente con ningún ente singular concreto…”. (Juan Antonio Estrada, Imágenes de Dios, Trotta, Madrid, 2003, p. 268).

En síntesis, para la Modernidad el mundo era un lugar seguro, un terreno fértil para las certezas. El hombre estaba convencido que podría alcanzar el progreso mediante el desarrollo de las ciencias.

(3°.) En definitiva, para Nietzsche casi toda la filosofía occidental ha descansado sobre el principio de que Dios es la fuente de la existencia, el sentido del mundo y la verdad de las cosas. La filosofía, según Nietzsche, ha hecho de Dios el principio unificador de todo lo existente. Ahora sí podemos empezar a entender el porqué iniciar el tema de la Posmodernidad con Nietzsche: si Dios se convirtió en el fundamento metafísico de todo lo existente, su muerte (es decir, la muerte de Dios) significaría el advenimiento o la aparición de una época histórica en la que no habría un fundamento último que unifique y de sentido al mundo en su conjunto; más bien sería una época en la que predominaría la fragmentariedad de las cosas, lo finito, lo fugaz, la incertidumbre, la pluralidad de razones/fundamentos, lo efímero, lo diverso, los dialectos, etc. Es decir, no habría un principio que unifique y le dé sentido al mundo, como en la Edad Media y durante la Modernidad; de ahí las enigmáticas palabras de Nietzsche: “¿Qué hemos hecho cuando hemos soltado la cadena que unía esta Tierra con su sol?”. En conclusión, arrancamos con Nietzsche porque este filósofo tuvo la agudeza intelectual para avizorar o intuir el advenimiento de la época posmoderna. Pasemos, por tanto, al meollo de la cuestión.

IV. Nuestro tema es “La imagen del ser humano en la Posmodernidad”. Traducido a pregunta quedaría así: ¿Cómo se conceptuó al ser humano a partir de la Posmodernidad? No obstante, quizá valga la pena resolver primero esta otra: ¿Qué entenderemos por Posmodernidad? La clave filosófica para entender dicha época histórica nos la ha dado ya Nietzsche: la Posmodernidad sería un momento de la historia occidental, cuya nota principal consistiría en el sentimiento generalizado de que el mundo, la vida, o la existencia humana en general, no tiene a su base un principio-fundamento que la unifique y le dé sentido; por el contrario, primaría la noción de mundos, culturas, voces, pluralidad, heterogeneidad, diferencias, el vacío, lo efímero, lo pasajero, el hedonismo, el nihilismo, etc. Ahora bien, aquí es importante tener presente la diferenciación que el sociólogo George Ritzer hace entre “posmodernidad” y “posmodernismo”. Posmodernidad, en sentido estricto, sería esa época histórica que surge cuando se acaba la Modernidad; mientras que posmodernismo haría referencia a aquellos productos culturales (cine, televisión, moda, arte, consumo, etc.) que, en principio, pretenderían ser una superación o sustitución del mundo cultural moderno. (George Ritzer, Teoría sociológica moderna, McGrawHill, Madrid, 2002, pp. 578-583).

V. En conclusión, en la Posmodernidad el ser humano es conceptuado como un individuo des-centrado, desarraigado, es decir, sin un principio metafísico (Dios, el “yo pienso” de Descartes, la idea de progreso, etc.) que le de unidad y sentido a su existencia. Se considera, como bien advierte Vattimo, que no hay un modelo de ser humano que todos los grupos humanos deban compartir y seguir; tampoco habría una cultura única desde la cual se unificarían los patrones culturales de las diversas sociedades; así también, desaparecería la idea de una historia con mayúsculas, como un centro desde el cual cobrarían sentido todas la acciones de la humanidad, tanto pasadas, presentes como futuras. Por lo tanto, en la Posmodernidad no habrían principios eternos o inmutables desde los cuales comprender al ser humano; todo en el ser humano se torna mutable, pasajero, incierto; el sentido de la vida será aquel que cada individuo o grupo humano decida darle, más allá de eso sólo habría vacío, soledad y sinsentido. Suele decirse que durante la Edad Media predominó el teocentrismo, mientras que en la Modernidad primó el antropocentrismo; pues bien, la Posmodernidad estaría caracterizada por un nihilismo, entendiendo este concepto en el sentido de que no existen grandes principios desde los cuales darle sentido a la realidad, al ser humano y a la verdad. Todo en el mundo sería contingencia. Nada más.

VI. Ahora bien, es importante que respondamos esta última pregunta: ¿es acertada esa visión del ser humano en la llamada Posmodernidad? Diremos que es acertada sólo hasta cierto punto. Veamos por qué.

En primer lugar, esa imagen del ser humano, con todo y lo crítica que se quiera, continúa estando lastrada por la tradición filosófica eurocéntrica, es decir, tal manera de conceptuar al ser humano sigue siendo heredera de una tradición de pensamiento típicamente europea; en este caso en específico, de un pensamiento que afirma que se ha pasado de una época Moderna a otra Posmoderna. En síntesis, sigue siendo una perspectiva eurocéntrica, aun cuando procura presentarse como un pensamiento “emancipador y liberador”, en palabras de Vattimo. Dicho en otros términos: pueda que para algunas sociedades europeas, en efecto, Dios haya muerto; pero basta con echarle una mirada a América Latina para constatar que dicho continente es, quizá, uno de los espacios geográficos donde Dios sigue más vivo que nunca. Pongo este ejemplo libre de entrar en valoraciones de si esto es bueno y aquello es malo o viceversa.

En segundo lugar, ciertamente, como bien apunta Vattimo, la época posmoderna ha abierto espacios que han permitido el surgimiento de nuevas voces, de nuevos “dialectos”; expresiones racionales y culturales que antiguamente se veían sometidas u oprimidas bajo un único esquema de pensamiento político, cultural y antropológico. No obstante, en términos político-económicos no es cierto que haya suficientes espacios para proponer, sugerir, construir o fundar alternativas al modo de producción capitalista. Estamos ante una configuración mundial de poderes políticos, culturales y económicos, según la cual no hay alternativas a dicho sistema económico. La globalización del sistema capitalista se impone y no deja espacios para planteamientos alternativos. De tal manera que no sería tan cierto que ya no estamos ante grandes principios (metafísicos) que ordenen y configuren un modo propio de ser humanos.

En realidad, habitamos un mundo donde se privilegia al sujeto consumista, individualista e insolidario, cínico, irrespetuoso de la vida humana y de los recursos naturales sin los cuales sería imposible que continúe existiendo vida humana. Habitamos un mundo donde el modelo de ser humano a seguir es aquel caracterizado como exitoso. Aun cuando ese éxito implique mayor contaminación y destrucción de la naturaleza; colocar la acumulación de riquezas por encima de la vida humana concreta; legitimar un modelo de democracia a través de invasiones, guerras y supuestas luchas contra el terrorismo; caer en el consumismo que garantiza el desplazamiento “infinito” de “infinitas” mercancías; potenciar la actitud cínica, la corrupción y el pensamiento acrítico; alentar a los individuos a ponerle zancadilla a los demás; cultivar la “vivianada”, donde el más listo (el “más inteligente”) es quien se aprovecha de los demás, quien hace el menor esfuerzo, quien más trampa hace; en fin, aquél individuo sin escrúpulos motivado exclusivamente por sus aspiraciones personales, sin poner mayores reparos a acciones inmorales o poco éticas, desde la aparentemente tan simple como hacer trampa en un examen, hasta las más complejas como robar descaradamente del erario público. Y este tipo de individuo se potencia desde la familia, pasando por la escuela, las universidades, las empresas, incluso, en las mismas iglesias. De manera que, al no ser consciente de esta parte de la realidad, el pensamiento posmoderno podría caer en el error de legitimar esos modos de configurar al individuo humano.

En tercer lugar, tampoco es tan cierto que ya no exista una cultura desde la cual se configure la vida cultural del resto de grupos humanos. En realidad, habitamos un mundo en el que una buena porción de la humanidad está modulada por la misma industria alimenticia, los mismos productos culturales (cine, televisión, música, moda, etc.), las mismas marcas, los mismos destinos turísticos, en fin, más o menos, el mismo estilo de vida.

En cuarto lugar, debemos ser críticos del pensamiento posmoderno, ya que, en buena medida, potencia el desencanto, la desesperanza y el cinismo, puesto que, al parecer, ya no tiene mucho sentido apelar a grandes principios que le den significado y horizonte a la historia humana. Debemos estar alertas y ser críticos ante eso. Y aquí recordemos nuevamente la divisa de Horkheimer: “no asumir nunca que las cosas son así como por naturaleza”. Ciertamente, estamos conscientes que habitamos un mundo donde parece que nada es seguro; donde la vida se nos torna más líquida (como diría Zygmunt Bauman); donde los constantes avances de la ciencia, la técnica y el mercado nos dejan como “pasmados”, puesto que lo que ayer era hoy ya no es, lo que ayer era verdadero hoy ya no lo es, etc. Pero también es verdad que al ser humano le son constitutivos valores como la libertad, la necesidad de sentido, la esperanza, la justicia, etc. De manera que sólo ejerciendo el pensamiento crítico podremos avanzar en el esclarecimiento de lo que es el mundo, la vida y el ser humano mismo.

Por último, en quinto lugar, si es cierto que estamos viviendo en la Posmodernidad, se tratará, en última instancia, de una Posmodernidad a medias, puesto que hoy por hoy no hemos renunciado a principios que fueron conquistados y/o ratificados durante la Modernidad: libertad, verdad, ciencia, progreso, autonomía, derechos humanos, etc.

VII. Y bien, aquí “terminamos”, estimados estudiantes, nuestro apretado recorrido histórico, en el cual hemos procurado atisbar, a grandes rasgos, por supuesto, qué tipo de concepciones en torno al ser humano han predominado a lo largo de la historia de la filosofía. La pregunta que en seguida se nos impone es esta: ¿pero qué es el ser humano? Por lo pronto, lo único que podemos decir es que el ser humano es un Individuo que procura hacer su vida en Sociedad; se considera un ser que posee Libertad; pero que también es Praxis; que se siente como el resultado de dos mundos: el Biológico y el Cultural; y, por supuesto, que se sabe atrapado por las redes del Lenguaje. Con esto hemos llegado a la parte temática del curso, la cual iniciaremos la próxima semana. Hasta la próxima, entonces.

JULIÁN GONZÁLEZ TORRES.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Apuntes de Introducción a la Antropología Filosófica. Ciclo 01-2012.

LA CONCEPCIÓN DEL "HOMBRE" EN LA MODERNIDAD.
Una síntesis desde René Descartes (1596-1650).

1. El alumno no debe perder de vista que en este momento del curso estamos tratando de comprender, desde una perspectiva histórica, cómo el mundo occidental, desde los griegos a la llamada posmodernidad, ha conceptuado al ser humano. Evidentemente, se trata de un objetivo sumamente pretencioso; no obstante, es indispensable que en un curso de esta naturaleza tengamos un panorama de las concepciones en torno al ser humano que han predominado en occidente.

2. En ese sentido, en la clase recién pasada (lunes 7 de mayo de 2012) ustedes analizaban la "Cuarta Parte", del Discurso del Método, de René Descartes. Es muy probable que muchos de ustedes se preguntaran: ¿y a qué viene esto?, ¿cuál es el sentido de este texto?, ¿qué tiene que ver René Descartes con nuestra clase?, ¿qué lenguaje más extraño el de este escrito? En fin, las preguntas se pueden multiplicar hasta el infinito. Pero la pregunta fundamental es: ¿por qué Descartes? Vayamos, entonces, al asunto de la cuestión.

3. Por hoy, nuestro tema central es "La concepción del "hombre" en la Modernidad". Pues bien, entremos en materia. Época Moderna, Edad Moderna, Modernidad o Mundo Moderno son términos que ustedes encontrarán en cualquier libro de historia, política, sociología, economía, etc. Pero, ¿qué significa? En esencia, se considera que la Modernidad es una época histórica anclada sobre el principio de que el hombre mediante sus solas facultades podía "descifrar" y "conquistar" el mundo, la naturaleza, en fin, las cosas. Ahora bien, es muy probable que algunos de ustedes piensen: "pero el ser humano desde antiguo se ha visto en la necesidad de conocer y dominar la naturaleza". Ese pensamiento es verdadero sólo hasta cierto punto. En la Modernidad el sentido del "descifrar" y "conquistar" presentará un cambio radical. Tratemos de comprender estas ideas del descifrar y el conquistar, y luego vemos qué tiene que ver el pobre René Descartes con todo esto.

4. ¿Descifrar qué? Pues la naturaleza. El hombre moderno manifiesta una tremenda confianza en cuanto a conocer los secretos de la naturaleza; unos secretos que se traducirían en leyes o principios. Dirán algunos: ¿pero es que no había ciencia durante la Edad Media? En realidad, ciencia tal y como hoy la entendemos, no. La ciencia moderna, nuestra ciencia moderna, en buena medida es el fruto del trabajo de investigadores como Galileo Galilei (1564-1642) e Isaac Newton (1643-1727). Por supuesto, el mismo René Descartes tiene un lugar en ese "santuario", ya lo veremos. De manera que, como ya se habrán dado cuenta, el descifrar el mundo supone el empleo de una razón científica, ésta sería la indicada en la ardua tarea por hurgar y conocer cuáles son los principios fundamentales que constituyen al mundo. He aquí una novedad radical: ¡Tenemos ciencia! Esta es, pues, une elemento constitutivo de la Modernidad. Ahora bien: ¿solamente descifrar la naturaleza? ¿no habría algo más que descifrar? Pues una vez instaurado el principio de que la razón del hombre es el principal medio para conocer el mundo, a partir de allí surgirán nuevas disciplinas científicas, las cuales convertirían en objeto de estudio no los hechos de la naturaleza, sino las relaciones sociales y culturales, es decir, el gran campo social y cultural. Surgirán saberes como la Economía, la Antropología y la Sociología. Este impulso científico del mundo moderno tendría tremendas consecuencias para la humanidad, más adelante haremos algunas anotaciones al respecto. En definitiva, pues, no solamente se buscará descifrar "los misterios" de la naturaleza, sino también los principios o leyes que rigen el mundo humano. Y el principio fundamental detrás de todo es el concepto de razón, entendida como facultad humana que permite conocer y conquistar el mundo. Así, el hombre moderno estaba listo para la "conquista del mundo". Ciencia y técnica constituyeron dos factores poderosos. Luego vendría la instauración del modo de producción capitalista.

5. Pero, ¿no hay algo más? Por supuesto que sí. La ciencia, con toda y su enorme importancia, sólo fue un componente más de la Modernidad. Otro aspecto importante de la época es que el hombre, en forma paulatina, fue tomando distancia de Dios. La Modernidad significó un distanciamiento de Dios. Ahora bien, esto debe entenderse en su justa dimensión. En primer lugar, esa afirmación no significa que Dios haya dejado de ser una parte importante en la vida del hombre; tampoco significa que los hombres, como por arte de magia, de un día para otro se volvieron ateos. Immanuel Kant (1724-1804), figura indiscutible de la Filosofía Moderna, fue un gran creyente. Mientras que, por otro lado, la creencia en el derecho divino de los reyes no empezaría a resquebrajarse profundamente sino a partir de las revoluciones atlánticas (estadounidense, francesa y española). Entonces, ¿a qué nos referimos con Distanciamiento de Dios? En primer lugar, y retomando lo planteado en el apartado 4, significa que la creencia en el Dios cristiano no impide afirmar que el hombre tiene la llave (es decir, la razón científica) para conocer el mundo. Dios es y el mundo es por obra y gracia de Dios, pero esta afirmación no anula esta otra: el hombre puede y debe conocer los secretos del mundo. La ciencia moderna se declara enemiga no de Dios, sino de la ignorancia y la superstición. En segundo lugar, ese distanciamiento respecto de Dios tiene que ver con el hecho de que, en términos socio-culturales, diversas dimensiones de la vida humana, no sólo la científica, cobraron protagonismo y autonomía. Es decir, el hombre como ser pensante y actuante comienza a cobrar mayor protagonismo en la esfera científica, artística, política y filosófica. No es que no haya habido protagonismos durante la Edad Media; pero, si hemos de expresarlo en una terminología metafísica, entonces habría que decir que en la Modernidad el hombre le roba densidad metafísica a Dios, y el hombre, el yo autónomo y pensante, cobra una relevancia metafísica de la que no había gozado antes. Para entender mejor las ideas: si la Edad Media fue una época esencialmente teocéntrica; la Modernidad se caracterizó por su antropocentrismo, Dios siguió siendo un referente importante, pero el hombre cobró mayor protagonismo. En tercer lugar, ese distanciamiento de Dios en términos de investigación científica, producción artística y elaboración de pensamiento se vio compensado, podríamos decir, por la adopción de una creencia religiosa de corte más intimista, es decir, se arriba a un tipo de relación Individuo-Dios, de manera que más allá de esa relación, el mundo está disponible para ser conocido y conquistado. En este cambio de paradigma tuvo mucho que ver la Reforma luterana.

6. Finalmente, además de la ciencia y ese relativo distanciamiento humano de Dios, hay otro dato que fue de importancia radical para la Modernidad: la noción de Individuo y sus Derechos. Por supuesto, en esta visión tuvo mucho que ver la concepción cristiana de dignidad humana. Pero el asunto es que en la Modernidad el Individuo, como elemento medular de la vida social, cobró un rol de primera importancia. Luego de las revoluciones estadounidense (1776) y francesa (1789), la reivindicación del Individuo y sus Derechos fue un elemento crucial para la vida política moderna. A propósito del surgimiento del Constitucionalismo moderno, el estudioso Nicola Matteucci expresa lo siguiente:

"… el moderno constitucionalismo debe dar mayor consistencia cultural a sus argumentaciones si quiere triunfar, pero sobre todo debe asumir el nuevo individualismo y antropocentrismo, que rompe el vínculo orgánico que un tiempo constreñía el individuo a la comunidad en un orden trascendente. Se subraya la dignidad del hombre, con su visión terrenal de la vida y de los problemas que debe resolver usando las nuevas ciencias mundanas, con su orgullo y optimismo frente a un mundo listo para ser conquistado y capaz de instaurar el regnum hominis en la tierra. Por ello, en el plano constitucional se va fortaleciendo la defensa del individuo, único y solitario protagonista de la vida ética y económica frente al Estado y a la sociedad, en la medida en que éstos paralizan y obstaculizan su libertad; una defensa que culmina en las declaraciones de los derechos del hombre y del ciudadano". (Nicola Matteucci, Organización del poder y libertad. Historia del constitucionalismo moderno, Trotta, Madrid, 1998, p. 36).

7. En definitiva, pues, tenemos tres elementos: ciencia, un marcado antropocentrismo y la noción de individuo y sus derechos. Ahora bien: ¿se agota en estos elementos la Modernidad? Por supuesto que no. Se trata de la selección de sólo un par de ideas para que tengamos una idea de eso que hoy llamamos Modernidad. Pero: ¿qué tiene que ver Descartes en todo esto? Pareciera que nos hemos olvidado de Descartes, pero no es así, vayamos a la cuestión.

8. ¿Por qué nos interesa Descartes? En primer lugar, porque Descartes es claro y contundente al afirmar que el fundamento de la vida del hombre es la razón. En esencia, el hombre para Descartes es una cosa que piensa, una sustancia pensante, es la "res cogitans". Pero, cómo llega Descartes a esa constatación. En realidad, el autor parte de un principio metodológico: la duda. Es decir, pone en duda (1) lo que había aprendido con sus estudios; (2) lo que había asimilado por la tradición y las costumbres; (3) los conocimientos que se obtienen mediante la experiencia sensible; (4) en definitiva, duda de toda la realidad, es aquí donde se apoya en la existencia de los sueños: ¿acaso no cuando soñamos nos parece que estamos insertos en la "verdadera realidad? ¿Dónde está entonces el criterio que diferencia la realidad de la ilusión (del sueño)? Dice Descartes:

"Pero advertí luego que, queriendo yo pensar, de esta suerte, que todo es falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa; y observando que esta verdad: "pienso, luego soy", era tan firme y segura que las más extravagantes suposiciones de los escépticos no son capaces de conmoverla, juzgué que podía recibirla, sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que andaba buscando". (René Descartes, Discurso del método, Espasa-Calpe, Madrid, 1968, pp. 49-50).

En realidad, para Descartes, no sólo se trata del "primer principio de la filosofía...", sino el principio de toda la existencia humana, es decir, ese principio es a la vez metafísico, epistemológico y antropológico. Así enfatiza Descartes su pensamiento:

"Examiné después atentamente lo que yo era, y viendo que podía fingir que no tenía cuerpo alguno y que no había mundo ni lugar alguno en el que yo no me encontrase, pero que no podía fingir por ello que no fuese, sino al contrario por lo mismo que pensaba en dudar de la verdad de las otras cosas, se seguía muy cierta y evidentemente que yo era, mientras que, con sólo dejar de pensar, aunque todo lo demás que había imaginado fuese verdad, no tenía ya razón alguna para creer que yo era, conocí por ello que yo era una sustancia cuya esencia y naturaleza toda es pensar, y que no necesita, para ser, de lugar alguno, no depende de cosa alguna material; de suerte que este yo, es decir, el alma por el cual yo soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo y hasta más fácil de conocer que éste, y, aunque el cuerpo no fuese, el alma no dejaría de ser cuanto es". (René Descartes, Discurso del método, p. 50).

Estamos, pues, ante un tipo de razón moderna desencarnada, que puede ser (es decir, tiene existencia) al margen de la corporalidad humana. Y esta es, justamente, la segunda razón por la que nos interesa Descartes. Descartes reivindica, nuevamente, la racionalidad del individuo como la esencia de lo humano, pero a costa de colocar lo corporal y los sentidos en un segundo plano.

En tercer lugar, Descartes es interesante porque en él, como filósofo moderno, podemos evidenciar el distanciamiento respecto de Dios del que hablabamos anteriormente. Pero, ¿qué significa el distanciamiento en Descartes? En realidad, el distanciamiento radica en que Descartes cree con firmeza que el hombre puede acceder a la verdad mediante su sóla facultad cognoscitiva. Ciertamente, Dios se hace presente en su pensamiento como el garante último de la realidad y la verdad. Dios se convierte en una especie de garantía, según la cual el hombre, dirigido por su propía razón, a la búsqueda de verdades claras y distintas, no puede equivocarse, porque Dios es Bueno, Bello y Verdadero. Como pueden ver, se ha operado un cambio sustancial respecto de San Agustín; para este último, el hombre no llega a la verdad si no es por la gracia de Dios, en el hombre no hay mérito alguno que reconocer, pues todo se lo ha dado Dios, por su infinita misericordia. En Descartes la situación es otra: el hombre es autónomo y por su propia capacidad racional puede conocer y conquistar el mundo, la realidad. Dios sólo queda como garantía de que el hombre, en efecto, dará con esa verdad.

En cuarto lugar, Descartes nos interesa en nuestro curso por la reivindicación que hace, a través de sus escritos, de la búsqueda individual del conocimiento de la verdad. En el planteamiento de su pensamiento Descartes siempre habla en términos de que es un individuo, es decir, él, quien busca denodadamente el principio radical de la filosofía. Nuevamente, advertirán aquí una diferencia sustancial respecto de San Agustín. Ciertamente, Agustín buscó la verdad antes de convertirse al cristianismo; pero una vez que conoció la verdad, por gracia de Dios, desechó toda su búsqueda individual, puesto que, desde el Cristianismo, el hombre nada es sino por Dios. Con Descartes, el panorama es distinto: es la reivindicación del individuo moderno como sujeto capaz de conocer y domeñar el mundo. Se habrán dado cuenta, entonces, por qué estudiamos a Descartes para captar el concepto de hombre que impregnó a la Modernidad.

9. Ahora bien: ¿Acaso no hubo otros filósofos? ¿Por que estudiar sólo a Descartes? Por supuesto que hubo otros filósofos; pero lo importante, es mi oponión, radica en saber comprender cuál fue el elemento antropológico que predominó en la Modernidad, para ello Descartes es una figura insustituible. Por supuesto, hubo expresiones criticas, tanto contemporáneas a Descartes, como posteriores a él. En cuanto a los más cercanos a su momento histórico, están John Locke (1632-1704) y David Hume (1711-1776). Por otro lado, no olvidemos que acá estamos insertos en una perspectiva histórica; luego pasaremos al abordaje temático, y algunas cosas que no hemos dicho a la fecha, saldrán en su momento. Por ahora, queda una pregunta: ¿Si durante la Modernidad predominó la imagen de ser humano popularizada por Descartes, qué imagen de ser humano irrumpiría durante la así llamada Posmodernidad? Con esto pasamos a la siguiente lección, para la cual deben leer el texto de Gianni Vattimo: "Posmoderno: ¿una sociedad transparente?". Hasta la próxima, entonces.


JULIÁN GONZÁLEZ TORRES.