miércoles, 23 de mayo de 2012

Apuntes de Introducción a la Antropología Filosófica. Ciclo 01-2012.

EL CARÁCTER SOCIAL DEL SER HUMANO.
Semana del 21 al 25 de mayo de 2012.

(1) Nuevamente, estimadas alumnas y alumnos, nos encontramos en el “blogeo”. A decir verdad, percibo cierto cansancio en mi “vocación” de escribidor; no obstante, en la medida de lo posible, trato de cumplir con lo prometido , así que entrémosle a la cuestión.

(2) El tema que hoy nos convoca es “El carácter social del ser humano”. Como he advertido en más de una ocasión, nuevamente estamos frente a esta pregunta: ¿Qué es el ser humano? Comprenderán a estas alturas del curso que para nada es una pregunta sencilla. Como les decía en la clase pasada (lunes 21 de mayo), bien podríamos decir, en forma burda, que en realidad el ser humano “es” muchas cosas. Afinando el lenguaje: que el ser humano es una realidad constituida por múltiples dimensiones. De manera que el carácter social aparece como una dimensión esencial o constitutiva del animal humano. Ahora bien: ¿acaso no es esto una mera constatación empírica?; ¿acaso no se nos ha enseñado que también las abejas y las hormigas viven en sociedad? Desde un punto de vista filosófico: ¿cuál es la trascendencia —si ustedes quieren, el significado— del vínculo social en el animal humano? Vayamos por pasos.

(3) La constatación teórica del carácter social del ser humano no es nada novedosa. Cuando Aristóteles afirma que “el hombre es un ser político por naturaleza” (Aristóteles, Ética a Nicómaco, Alianza, Madrid, 2001, p. 58), quiere indicar que el hombre sólo puede realizarse plenamente en la polis, es decir, con los otros, en comunidad. De hecho, es bastante común escuchar decir que para pensadores como Platón y Aristóteles, el todo (la comunidad política) siempre se consideró como primordial respecto de sus partes (que serían los individuos). Y, en términos generales, durante la Edad Media predominó la noción de que el todo (lo social, lo colectivo; bien podríamos decir, los estamentos) era superior a cada una de sus partes (las personas, los sujetos). A mis alumnos que están en el curso de Filosofía Medieval les pido de favor que me cuenten qué cara pone José Antonio Espada cuando se entere de la barbaridad que acabo de decir (Jejeje…). Bueno, el asunto es que no será sino hasta en la Modernidad que la noción de Individuo cobrará más fuerza en la vida política, cultural y económica. En otras palabras, a partir de la Modernidad se explayó con fuerza la creencia de que el Individuo era el elemento esencial en el entorno social, es decir, que si había (existía) sociedad o mundo social era porque previamente habían (existían) individuos que en virtud de una especie de suma con-formaban la sociedad. El filósofo John Locke (1632-1704) fue uno de los máximos exponentes de esta creencia. Afirmaba que los hombres “buscan la sociedad y desean reunirse a otros que lo estén ya, o tengan los deseos de hacerlo o de componer un cuerpo para la conservación mutua de sus vidas, de su libertad y de sus bienes, conjunto que en general llamo propiedades”. (John Locke, Tratado del gobierno civil, Claridad, Buenos Aires, 2005, p. 95). Así, se fracturaba aquel viejo principio de que el todo (lo social) era más importante que las partes (los individuos). Muy bien, llegados a este punto, vayamos al texto de Ignacio Martín-Baró para ir dilucidando las preguntas que nos hacíamos en el párrafo dos.

(4) Lo cierto es que se presentan ante nuestros ojos dos polos que son irreductibles el uno al otro: por un lado, el Individuo; si ustedes quieren, el Yo; por otro lado, la Sociedad o Colectividad. Ahora bien, el asunto es que partimos del reconocimiento que entre ese Yo y esa Sociedad hay un vínculo inexorable, es justamente el vínculo social, o, lo que muy acertadamente Martín-Baró llama “carácter social”. Pero, ¡ojo!, el término “carácter” no hace referencia a algo “añadido”, “secundario”; como quien dice de alguien: “es su carácter”. “Carácter” en la terminología de Martín-Baró hace referencia a algo esencial, nada más y nada menos que el vínculo social. Entonces: ¿cómo se conceptúa ese vínculo social? Respondamos a continuación.

(5) Es aquí donde entran las diferentes teorizaciones en torno al carácter social del ser humano. En primer lugar, estarían aquellas posturas que conceptúan el carácter social como una cuestión de índole esencialmente biológica. En forma específica, Martín-Baró hace referencia al etólogo Konrad Lorenz (1903-1989). Este científico fue un gran estudioso de la conducta animal. Llegó a identificar cuatro instintos fundamentales: nutrición, procreación, fuga y agresión. Pero cobró fama mundial por sus trabajos sobre la agresividad en las especies animales. El punto es que para intelectuales como Lorenz el elemento decisivo en la construcción de las relaciones sociales no estaría tanto en una supuesta libertad o plasticidad de la naturaleza humana, sino en el hecho universal de compartir la misma base instintiva. No es que Lorenz no reconozca el papel de la libertad humana; pero al llevar su postura científica hasta las últimas consecuencias, resulta que el carácter social estaría condicionado, en última instancia, por su condición genética específica.

(6) Luego estaría aquella perspectiva intelectual que concibe el elemento social en el ser humano no como algo sustancial, sino como una nota secundaria, agregada o, en todo caso, accidental. En esta perspectiva estarían no sólo conductistas como Skinner (1904-1990), sino también el mismo Locke. Ambos, desde campos diferentes, conciben el carácter social como algo secundario al individuo. Y es que para estos pensadores la sociedad es, en esencia, una suma o conjunto de individuos. En palabras de Martín-Baró:

“La sociedad, en este contexto, no es más que la fuente de recursos necesarios para la satisfacción de los individuos. El individuo es una totalidad completa en sí misma; los otros son estímulos o circunstancias externas, incluso si se les considera necesarias para la propia supervivencia”. (Ignacio Martín-Baró, Acción e ideología. Psicología social desde Centroamérica, UCA Editores, San Salvador, 2001, p. 59).

Respecto del Locke, Antonio González afirma lo siguiente:

“Combatiendo al absolutismos, se convirtió en el intelectual favorito de la burguesía de su tiempo, y en uno de los más importantes teóricos del liberalismo, es decir, la doctrina política y económica que defiende como valor supremo la libertad de los individuos y la necesidad de que la sociedad y el Estado se sometan a los intereses individuales de quienes la forman”. (Antonio González, Introducción a la práctica de la filosofía, UCA Editores, San Salvador, 1997, pp. 238-239).

(7) A continuación, Martín-Baró se detiene en aquellos enfoques teóricos que conciben el carácter social como construcción histórica. Brevemente, hace un análisis de la perspectiva del psicoanálisis (Sigmund Freud), del interaccionismo simbólico (George H. Mead) y del modelo grupal-interpersonal (Karl Marx). Lo interesante en estos estudios es que el carácter social cobra una dimensión fundamentalmente histórica y no es visto como algo secundario o externo; al contrario, se considera una dimensión esencial a la condición humana.

(8) Quiero, en tal sentido, detenerme en el último enfoque (“El carácter social como construcción grupal-interpersonal”). Martín-Baró expone esta posición en los siguientes términos:

“Desde esta perspectiva lo social es el carácter fundamental del ser humano, y está constituido primero y sobre todo por la ubicación objetiva del individuo en un punto concreto de la red de relaciones estructurales de una determinada sociedad, pero está constituido también por el proceso que la propia persona como sujeto va realizando desde ese punto de partida” (p. 65).

Por tanto, desde esta perspectiva teórica el carácter social es conceptuado como una dimensión constitutiva a la naturaleza humana, pero que se realiza objetivamente en la real y concreta dimensión histórica del sujeto humano. El ser humano está (es) abierto a la historia, y desde esa radical y constitutiva apertura humana se va construyendo el carácter social; de manera que la configuración individual, el yo, cobra plena realidad en y gracias al primario hecho de estar vertido hacia los otros. Ciertamente, el individuo sufre una primaria imposición social de los otros; pero lo cierto es que en su modo de ser y hacer en el mundo hay “modulaciones” (personalidad, acervo de conocimientos, respuestas, etc.) que son enteramente individuales, es decir, de sujetos (o "yos") singulares.

(9) Tres preguntas nos hacíamos al inicio: ¿acaso no es esto (“el carácter social del ser humano”) una mera constatación empírica?; ¿acaso no se nos ha enseñado que también las abejas y las hormigas viven en sociedad? Desde un punto de vista filosófico: ¿cuál es la trascendencia —si ustedes quieren, el significado— del vínculo social en el animal humano? Pues bien, tenemos las respuestas.

En primer lugar, no se trata de una mera constatación empírica; al contrario, se trata de una constatación primordial para efectos de comprender qué es eso que llamamos “lo humano” o “la humanidad”; el vínculo social es una realidad esencial sin la cual difícilmente podríamos comprender, en su máxima integralidad, al animal humano.

En segundo lugar, ciertamente se dice que tanto las abejas como las hormigas viven en sociedad; no obstante, estos animales podrán ser todo lo sociales que queramos, pero el carácter abierto (plástico) de la naturaleza humana le ha permitido configurar niveles de socialización que ninguna otra especie ha alcanzado. Además, en la especie humana la dimensión social no se comprende sin su constitutiva dimensión histórica. Ciertamente, el carácter social tiene una base biológica (genética), pero la socialidad humana no se reduce a ese fuerte componente biológico, sólo en la construcción histórica el ser humano puede plenificarse como sujeto social.

En tercer lugar, el carácter social del ser humano cobra un sentido trascendental, puesto que, en última instancia, demuestra que sin ese vínculo social el individuo de la especie humana difícilmente puede alcanzar plenitud (realización personal) a lo largo de la vida. En otras palabras, el vínculo social es una realidad histórica sin la cual el individuo en cuanto tal difícilmente puede lograr una efectiva humanización. Por supuesto, por esa misma vía, es decir, por la vía de lo social, también puede lograr su efectiva deshumanización. Y esto nos conecta, nuevamente, con nuestro mundo actual. Es decir, ¿habitamos sociedades en las que niños y niños pueden alcanzar efectivos procesos de humanización? Depende del lugar social en que se nazca, dirán algunos. Muy bien, reflexionemos más en torno a esa pregunta.

Bueno, estimados alumnos, nos veremos en la clase. En esta ocasión los apuntes han sido breves. Procuraré, para la próxima, más abundancia de ideas.

JULIÁN GONZÁLEZ TORRES.


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