miércoles, 6 de junio de 2012

Apuntes de Introducción a la Antropología Filosófica. Ciclo 01-2012.

SARTRE Y LA LIBERTAD HUMANA RADICAL.
Semana del 04 al 08 de junio.

Estimadas y estimados alumnos, estamos de vuelta. En esta ocasión quiero que reflexionemos sobre el tema de la libertad a partir del filósofo francés Jean-Paul Sartre (1905-1980). Entrémosle a la cuestión.

Para muchos, Sartre es un pensador incómodo. ¿Será por su declarado ateísmo? ¿Acaso porque habla con crudeza sobre las complejidades de la existencia humana? ¿O será porque su libertad radical nos coloca entre la espada y la pared? Procuremos clarificar estas interrogantes.

He de advertir, en primer lugar, que Sartre me interesa para el curso no por su declarado ateísmo, sino por su peculiar concepto de libertad, el cual, como ya habrán comprendido, está en íntima relación con la proposición de que Dios no existe. Y, en efecto, esta es una de las premisas fundamentales de la libertad sartreana. Analicemos, pues, su concepto de libertad.

1. La libertad radical.

La crítica fundamental de Sartre a cualquier pensamiento que afirme la existencia de un Dios es que tal afirmación implica, a su vez, que Dios ha plasmado en el ser humano una esencia o un sentido, el cual, idealmente, debe ser desplegado a lo largo de la vida. En este sentido es que coloca el ejemplo del “abrecartas”. En otras palabras, respecto de la especie humana, el razonamiento sería el siguiente: el creador (Dios) hace a la criatura (ser humano) para un fin; de manera que, como dice Sartre, la esencia precede a la existencia, y desde esa perspectiva el ser humano no es completamente libre. En palabras del autor:

“… Dios, cuando crea, sabe perfectamente lo que crea. Así, el concepto de hombre, en el espíritu de Dios, es asimilable al concepto de abrecartas en el espíritu industrial; y Dios produce al hombre siguiendo unas técnicas y una concepción, exactamente como el artesano fabrica un abrecartas siguiendo una definición y una técnica. Así, el hombre individual realiza cierto concepto que se encuentra en el entendimiento divino”. (Jean-Paul Sartre, El existencialismo e un humanismo, Santillana, Madrid, 1996, p. 21).

Por eso, para Sartre la radicalidad del existencialismo ateo estriba en que si partimos de la proposición de que Dios no existe, entonces no hay esencia alguna que preceda a la existencia humana; al contrario, la existencia precede a la esencia. De manera que no habría en el ser humano una esencia, definición o sentido previo que tenga que desarrollarlo históricamente. Así lo expresa Sartre:

“¿Qué significa aquí que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre primero existe, se encuentra, surge en el mundo, y que se define después. Si el hombre, tal como lo concibe el existencialista, es indefinible, es porque comienza no siendo nada. Sólo será más tarde y será tal como se haga a sí mismo. Así pues, no hay naturaleza humana, puesto que no hay Dios para concebirla”. (Ibid., p. 22).


2. La responsabilidad total.

Ahora bien, esa libertad radical a la que aspira Sartre se complementa con una responsabilidad total —por parte del individuo— respecto de las decisiones que toma y los proyectos que traza para su vida. Para Sartre, en cada elección que hace el individuo adquiere un compromiso total con la elección tomada y con sus respectivos resultados. Es, como dice el autor, responsable consigo mismo y respecto de la humanidad, puesto que eligiendo para sí, se convierte en una especie de modelo para los demás.

“Cuando decimos que el hombre se elige, entendemos que cada uno de nosotros se elige, pero con ello queremos decir también que al elegirse elige a todos los hombres. En efecto, no hay uno solo de nuestros actos que, al crear al hombre que queremos ser, no cree al mismo tiempo una imagen del hombre tal como estimamos que debe ser. Elegir ser esto o aquello es afirmar al mismo tiempo el valor de lo que elegimos… De este modo, soy responsable ante mí mismo y ante todos y creo una cierta imagen del hombre que elijo; eligiéndome, yo elijo al hombre”. (Ibid., p. 23).

Ciertamente, hay ideas muy cuestionables en el planteamiento de Sartre, como cuando afirma que “no podemos nunca elegir el mal; lo que elegimos es siempre el bien…” (Ibid., p. 23). No obstante, creo que la idea en torno a que eligiéndome elijo a los demás, puede entenderse a través del siguiente ejemplo.

Me refiero al ejemplo de la madre. Todos estaremos de acuerdo en que una madre, como cualquier ser humano, toma decisiones. Imaginémosla desde el momento en que sabe que está embarazada. Con esa noticia entre manos, la mujer seguirá tomando decisiones, pero a partir de ese momento en cada decisión que tome estaré presente su hijo (que sería el equivalente de la humanidad para Sartre). Ciertamente, hay madres irresponsables, no cabe la menor duda. Pero para entender el compromiso/responsabilidad del que habla Sartre sólo nos sirve la madre enteramente responsable, puesto que en cada decisión que tome no sólo verá comprometida su vida, sino también la del hijo; de manera que eligiendo lo mejor para sí misma, elige lo mejor para el hijo. Por supuesto, habrá momentos en que, muy probablemente, lo mejor para el hijo sea lo peor para la madre. Pero tampoco ese caso nos sirve. El asunto es que al elegir una madre solo quiere el bien para sus hijos. En ese sentido, me parece, va la idea de Sartre en cuanto que eligiéndome a mí, elijo de alguna manera para los demás. En Sartre, pues, libertad radical se da junto a responsabilidad total.

3. El desamparo.

Es así que el ser humano se encuentra en situación de desamparo. No hay un “cielo inteligible”, dice Sartre, que me dicte los principios, valores o normas según los cuales debo tomar mis propias decisiones; tampoco para que garantice “el éxito” de las decisiones tomadas. El desamparo es la radical constatación de que el ser humano está solo en el mundo; que no le ha sido dada, a priori, una tabla de valores en base a la cual deba regir su vida. Y es que para Sartre no hay salidas fáciles: arraigado en la soledad del desamparo, el ser humano debe aprender a construir sus propios códigos, principios y marcos reguladores; sin esperar, por supuesto, premio, consolación o salvación alguna, puesto que el único responsable de su éxito o fracaso es el mismo ser humano. En palabras del autor:

“Si, por otra parte, Dios no existe, no encontramos ante nosotros valores u órdenes que legitimen nuestra conducta. Así, no tenemos ni detrás ni delante de nosotros, en el dominio numinoso de los valores, justificaciones o excusas. Estamos solos, sin excusas. Es lo que expresaré diciendo que el hombre está condenado a ser libre… entonces se está desamparado”. (Ibid., p. 26).

4. La angustia.

La angustia, según Sartre, no es un sentimiento pasajero o accidental. La angustia, para el existencialismo ateo, es un sentimiento radical, puesto que el ser humano sabe que él es el único y absoluto responsable de todo cuanto haga. Es fácil, como decía Kant, dejar los problemas de mi alma en manos del sacerdote o del psicólogo; es muy fácil descargar la ardua tarea de buscar la verdad en científicos y filósofos. En las sociedades contemporáneas, muchas personas buscan a Dios, pero sólo ven en él un “medio” (una especie de “limpiador de conciencias”), una “imagen” o una “idea” que les permita desentenderse o desresponsabilizarse de las profundas implicaciones que sus acciones tienen en el medio social. Realidades históricas como el pobre, el inmigrante, la mujer violada y golpeada, el homicidio, etc. se las trasladamos a Dios, “olvidando” nuestra co-responsabilidad social con aquellas realidades.

Pues bien, según Sartre, hay angustia por dos razones poderosas: (1) porque somos enteramente responsables de las decisiones que tomamos, y de sus respectivos resultados, (2) y porque en cualquier momento nuestros proyectos de vida pueden verse truncados. El ser humano es una realidad abierta, no tiene un sentido prefijado o predeterminado, es perenne proyecto. Proyecto que en cualquier momento puede estar abocado al éxito o al fracaso. El ser humano es eterna proyección.

5. La mala fe.

Según Sartre, incurre en mala fe aquella persona que pretende renegar de su entera libertad. No hay lugar a excusas para el existencialismo ateo. Para esta corriente de pensamiento no vale decir: “soy así por culpa de mis padres”; “actúo así porque fue lo que me enseñaron en la escuela”; “tomé esa decisión porque fue lo que me recomendó el pastor”; “no sabía lo que hacía”; “dejé la materia por culpa del profesor”; etc. La gente que suele hacer estas afirmaciones reniega de su libertad, y eso es actuar de mala fe, según Sartre. No hay culpables fuera. El individuo es plena y absolutamente responsable de las decisiones que toma. Yo pregunto: ¿cómo vivimos nuestra libertad? ¿Tratamos de limpiar nuestros errores en los demás? ¿Acaso no es fácil acusar siempre a los otros, sin ver nuestros graves errores? ¿No es fácil excusarnos en factores externos? Etc.

Ahora bien: ¿Tiene validez en los tiempos de hoy el concepto de libertad que propone Sartre? Dejaremos esos apuntes críticos para la clase.

Hasta la próxima, estimados alumnos.



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