jueves, 6 de diciembre de 2012

EL OFICIO DE MATAR

San Salvador – No me refiero en forma exclusiva al sicario, al profesional contratado para matar. Me refiero al asesino que muchos salvadoreños llevan dentro de sí: desde el señor que mata al vecino por problemas de parqueo vehicular, pasando por el conductor temerario, hasta el criminal más profesional.

Vistas así las cosas, las armas no son todo el problema, sino tan solo una parte. Por supuesto, perogrullada es decirlo, la industria armamentística es una de las principales causas de miles de muertes en el mundo. El tráfico de armas hace más bestial esa realidad.

Pero, ¿cuál es el punto de mi argumentación? Lo que quiero decir es que el acto de matar o de provocar la muerte, en El Salvador, se ha vuelto casi un oficio. Un arte en el que no es imprescindible empuñar una pistola o metralleta.

Para generar muerte basta con que un irresponsable empresario del transporte público no invierta en el adecuado mantenimiento de buses y microbuses. Basta con que el motorista del microbús llene el medio de transporte hasta reventar y circule a excesiva velocidad, cruzándose la luz roja de los semáforos.

Basta con que el conductor de un carro sedán intente cambiar de carril, tal maniobra podría terminar en tragedia si el incivilizado que conduce un pick up mastodonte —o el autobús, que es puro hierro— arremete en forma violenta contra la maniobra del carro pequeño. También: basta con que el señor o la señora conduzcan, a sus anchas, con el teléfono celular colgado al oído.

El asesino que llevan dentro no discrimina entre sexo, educación ni condición social. Para muestra un botón: la familia Díaz queriendo hacer polvo, sobre la avenida Jerusalén, a un camarógrafo y una periodista. O la empresa de baterías Record llenando —es decir, matando— con plomo a los habitantes de San Juan Opico.

¿Es cultural? ¿Se lleva en la sangre? ¿Son los valores? Es un poco de cada cosa. Es la pobreza, también la idiotización que produce la riqueza. Son las respuestas violentas al medio, pero también la falta de tolerancia, de escucha. Es el ajetreo de una sociedad que desgasta, excluye y enferma, pero también tiene que ver la decisión personal de no instruirse, no cultivarse, no culturizarse. ¡Son los programas violentos de la televisión! Hasta cierto punto, quizá, pero también tiene que ver con la irresponsabilidad paterna de no regular lo que sus hijos ven y hacen.

Todos los elementos juegan a la vez. La fórmula (1) sistema económico que genera profundas desigualdades, más (2) una sociedad que no educa, fundamentalmente, en el diálogo, la escucha y la tolerancia, más (3) una cultura en la que se aprende que quien sobrevive es el más fuerte, el “más listo”, el “abusado”, el que está “en la jugada” produce resultados nefastos para cualquier sociedad humana.

Y quizá lo más aterrador de nuestras vidas no radique en que nos hemos acomodado, ¡perfectamente!, al oficio (la cultura) de matar, sino en que nuestras existencias viven plácidamente (en medio del ruido y la violencia) el oficio de morir.

JULIÁN GONZÁLEZ TORRES

Publicado en ContraPunto:http://contrapunto.com.sv/columnistas/el-oficio-de-matar

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