viernes, 6 de mayo de 2011

Sabato: Después de su fin

Antes del fin. Así tituló Ernesto Sabato su relato autobiográfico. Ahora que llegó su fin muchos comentan su muerte. Sabato es, sin lugar a dudas, uno de los grandes. Su escritura guarda “parecidos de familia” (Wittgenstein) con otros escritores consagrados por la historia. El uso de la “M.” en Abaddón el exterminador recuerda la “K.” de El proceso. Pero no me refiero al empleo de ciertas formas, sino a la actitud que compartieron ante los grandes problemas del “alma humana moderna”.

Quizá el mayor impacto de mi encuentro con Sabato radica en que me llevó a leer autores imprescindibles: Flaubert, Kafka, Thomas Mann, Dostoievski, entre otros.

¿Qué especie de sintonía literaria hay entre Sabato y aquéllos autores? Creo que su parecido responde a un hecho muy concreto: al valor que tuvieron para penetrar en las regiones más oscuras del hombre moderno. Eso requería un doble esfuerzo: (1) comprender la trama de la época histórica que les tocó vivir; (2) desmenuzar por completo al ser humano. Toda su realidad. Y así, quedamos descolocados frente al suicidio (¡asesinato!) de Madame Bovary. Sufrimos de principio a fin con el proceso de Josef K. Padecimos la enfermedad de Hans Castorp. De pronto, creímos ser el confidente de Raskolnikov y nos pareció tan inocente. Más de alguno habrá sentido que él era Raskolnikov. ¡Y cómo no comprender la existencia humana desde los razonamientos de Juan Pablo Castel y la tormentosa vida de Alejandra!

En sus obras también hay lugar para los sueños, el amor y la esperanza. Pero sobre todo, una profunda fe en la humanidad. Así, después de todo, parece que Madame Bovary conoció el amor. Josef K. no entregó su cuello al primer intento para que lo degollaran. Al leer La montaña mágica fuimos un discípulo más, junto a Hans Castorp, de las enseñanzas de Settembrini y Leo Naphta. ¡Cómo ignorar la escena en que Raskolnikov se arroja a los pies de Sonia, la prostituta, y le grita que no llora por ella, sino por toda la humanidad! Y Martín nos estremece con la decisión de rehacer su vida. En medio de la muerte de Alejandra encuentra cierta esperanza y decide viajar hacia la Patagonia. Amor y odio, vida y muerte, esperanza y desaliento.

Quizá estos autores son descendientes de Heráclito, apodado, según dicen, “El Oscuro”.

Esto explicaría, en parte, aquéllas palabras de Sabato en Abaddón el exterminador: “el hombre es un ser dual… Trágicamente dual. Y lo grave, lo estúpido es que desde Sócrates se ha querido proscribir su lado oscuro”.

Desencantado de las formas platónicas que aprendió en la matemática, Sabato decidió explorar la nuda complejidad del ser humano a través de las letras. Eso significó, entre otras cosas, que Bernardo Alberto Houssay, Premio Nobel de Medicina en 1947, le retirara el saludo. Pero no desistió de la opción tomada. En ella se mantuvo hasta su muerte. Para él escribir no fue un pasatiempo, sino un compromiso. Un “terrible” compromiso con la humanidad. Por eso afirma en El escritor y sus fantasmas: “Una de las misiones de la gran literatura: despertar al hombre que viaja hacia el patíbulo”. Estas palabras evocan a otro grande, Faulkner. En su discurso en ocasión de recibir el Premio Nobel (1950) afirmó: “Me rehúso a aceptar el fin del hombre”.

Otro gesto imponderable de Sabato fue su profundo interés por los jóvenes. Sobre todo, por aquéllos que, sumergidos en la angustia, ansían saber si llevan en su interior la vocación literaria. En Abaddón el exterminador Nacho increpa a Sabato por haber “vendido” su rostro a la revista Gente. “¡Canallita!” le llama por haberse dejado seducir por el mundo de la farándula. Pero en el memorable pasaje titulado “Querido y remoto muchacho” Sabato se reivindicó frente a Nacho y ante todos aquellos deseosos de escuchar un consejo de su maestro.

Así escribió Sabato para aquéllos jóvenes angustiados por el gusano de las letras que se remueve en sus entrañas:

“Sólo el arte de los otros artistas te salva en esos momentos, te consuela, te ayuda. Sólo te es útil (¡qué espanto!) el padecimiento de los seres grandes que te han precedido en ese calvario. Es entonces cuando además del talento o del genio necesitarás de otros atributos espirituales: el coraje para decir tu verdad, la tenacidad para seguir adelante, una curiosa mezcla de fe en lo que tenés que decir y de reiterado descreimiento en tus fuerzas, una combinación de modestia ante los gigantes y de arrogancia ante los imbéciles, una necesidad de afecto y una valentía para estar solo, para rehuir la tentación pero también el peligro de los grupitos, de las galerías de espejos. En esos instantes te ayudará el recuerdo de los que escribieron solos: en un barco, como Melville; en una selva, como Hemingway; en un pueblito, como Faulkner. Si estás dispuesto a sufrir, a desgarrarte, a soportar la mezquindad y la malevolencia, la incomprensión y la estupidez, el resentimiento y la infinita soledad, entonces sí, querido B., estás preparado para dar tu testimonio”.

Ernesto Sabato ha muerto en Santos Lugares. La muerte no quiso que sus seres queridos y seguidores le celebraran cien años de vida. O tal vez —pudoroso en exceso, como siempre— hizo un pacto con la muerte. Lo cierto es que llegó el tiempo de Después de su fin. Pero su obra narrativa y ensayística vive ya entre las grandes.


JULIÁN GONZÁLEZ TORRES

Publicado en: http://www.contrapunto.com.sv/colaboradores/ernesto-sabato-ha-muerto-en-santos-lugares

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