viernes, 28 de mayo de 2010

el encuentro que no se dio

El encuentro que no se dio

Cuando yo me haya ido
y en la tarde converses rodeado por tus hijos:
háblales de este viejo
que creía en milagros;
de este loco feliz que una vez, confundido,
creyó tocar a Dios
y se quemó las manos.
Diles que amé la vida como pocos la amaron.
Diles que sobre el rostro recibí el beso puro
y la cruel bofetada.
Diles que fui habitante de la estrella más alta
y a veces, de rodillas, me humillé en los santuarios.
Diles que conocí las sombras del pecado
y la luz de la gracia,

Francisco Andrés Escobar, “Monólogo interior frente a mi hijo”.


La época de parciales te tenía muy ocupado, en realidad no eran los exámenes, sino tus estudiantes. Ahora que leo sus palabras en Facebook entiendo cuál fue tu magisterio, tu apostolado. No volví con mis versos a tu despacho, fue por capricho tonto y por creer que estabas por encima de mi vulgar palabra. Al tiempo nos encontrábamos, pero me rehusaba a “molestarte”. Y cuando creí que había madurado, cuando pensando estaba en buscar tus consejos, me llego la noticia de tu muerte.

Entonces recordé “Monólogo interior frente a mi hijo”, y el recuerdo de mi adolescencia se lazó sobre mí en un zarpazo. Recordé aquellos versos subrayados, aquellas tus palabras que fueron oración cuando el dolor atenazaba mi existencia. Y comprendí aquellas palabras de Ernesto Sabato: “Sólo el arte de los otros artistas te salva en esos momentos, te consuela, te ayuda. Sólo te es útil (¡qué espanto!) el padecimiento de los seres grandes que te han precedido en ese calvario.” (Abaddón el exterminador, 2006). Se me salieron las lágrimas, me sentí miserable.

También recordé tus consejos para la buena docencia. De los cuatro que sugeriste aquella vez, sólo tres recuerdo con mediana claridad. (1) “Estudiar siempre”, decías que el buen profesor debe ser un apasionado del estudio constante, de la lectura incansable. (2) “Dormir o descansar bien”, insistías en la importancia de guardar el descanso debido cuando se está extenuado, renovar energías para volver a la faena. (3) “Amor, pasión por lo que se hace”, amar la enseñanza, decías; entregarse con profundo entusiasmo, con verdadera vocación. También dijiste que el profesor, al final de la faena, siente el gozo de saber que no ha robado ni matado; al contrario, lo suyo ha sido la siembra, el cultivo. Esa fue tu satisfacción, por eso Luís González ha dicho que fuiste “ante todo y sobre todo un hombre cabal”. “Comer bien” creo que fue tu cuarto consejo, mas no lo recuerdo con exactitud.

Recordé tus textos en La Prensa Gráfica, en el semanario Orientación, tu lenguaje fecundo, tu puño tejiendo el habla popular, tus palabras “rechonchas”, aquellos personajes “de verdá”. Enmudecí.

No volví, Don Paco, con mi fajo de papeles, nunca fui su alumno, mas una vez su palabra fue bálsamo, intrépida fuerza, esperanza en el abismo. Descubrí la belleza del verso, la fecundidad del dolor, la honda protesta. Querido “viejo”, “loco feliz”, tú que creíste en “milagros”, concédeme el encuentro que no se dio.

Julián González Torres

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