jueves, 3 de septiembre de 2009

“Me das risa, pobre”

“Me das risa, pobre.” Me das risa, J., tú y tus intentos existenciales por llevar una vida “equilibrada”, procurando seguir algunos consejos de Anthony De Mello. Pero justo cuando tienes en frente la posibilidad de reunirte con la mujer que amas, con esa persona que te ha mostrado el auténtico amor, con esa mujer que ha sido capaz de sostener entre sus manos tus más locos desvaríos, tus aterradoras dudas, tus pesadillas más hirientes y tus esperanzas más frágiles. Digo, justo cuando ella contesta el teléfono con la esperanza nocturna de encontrarte en aquella banca de la residencial, justo cuando eso sucede tienes la estupidez de vociferarle: “Ya se me quitaron los deseos de ir”. Ciertamente, no había atendido tus primeras llamadas, pero te pregunto J.: ¿Acaso está plenamente obligada a contestar el teléfono a cada minuto, a cada instante? Por de pronto, te mereces esa genial expresión de Cortázar en su cuento “El río”: “Me das risa, pobre”. Y ahora te encuentras semidesnudo, arrojado en la soledad más silenciosa, procurando encontrar alguna voz con sentido en ciertas lecturas. Que si Cortázar, que si Sabato, que si Kafka, o Baudelaire, también Whitman, o Rimbaud, o Miguel Hernández. “Me das risa, pobre”, juegas a estudiar filosofía, cada día sueñas con el instante en que podrás disponer de tiempo suficiente para ir directamente a las obras de Husserl, Hegel, Heidegger, Marx, Aristóteles, etc. Y no contento con eso también anida en tu frágil corazón el imponente deseo de ser escritor. Y así vas por la vida, sosteniendo tus sueños entre las dudas y los afanosos instantes. Y, claro, ansías las certezas como quesadillas con café. Pero sabes que eso es imposible. Y, por lo tanto, de alguna manera sufres por ello. ¿A qué juegas verdaderamente, pequeño humano? La verdad toda no se te ha dado, tampoco anidan en tu mísero corazón todas las preguntas, y parece que sí nacieron en tu pecho innumerables angustias. Llora, pobre hombre: la noche es tuya, en la más oscura de las soledades se te ha concedido el don de la palabra. Escribe, canta, llora, sonríe, escucha, educa, pregunta, reza, maldice, critica, combate, ama, perdona, busca, abraza, contempla, sueña, camina, disfruta, lee, silba, ayuda, ¡sé sensible hombre! ¡Construye tu vida! ¡Inventa tu vida! Pero mientras vivas aprende de la filosofía, escribe poesía y busca cierta paz en la música. De tal manera que el “Me das risa, pobre” se transforme en un “Sonríe, hombre”. Ese es tu destino, tu muerte y tu silencio.

Julián González

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