lunes, 31 de agosto de 2009

Sabato: la fuerza de la denuncia y el aliento de la esperanza


Notas biográficas


Sabato vino al mundo un 24 de junio de 1911 en Rojas, provincia de Buenos Aires. A los dieciséis años entró en contacto con grupos de izquierda, experiencia que lo llevaría a militar en la juventud comunista de Argentina y le permitiría conocer a su futura esposa, Matilde Kusminsky. En 1937 obtuvo el título de Doctor en Ciencias Físicas y Matemáticas; posteriormente trabajó en Francia, en el Laboratorio Curie. Pero en 1945 renunció a su trabajo como científico para dedicarse de lleno al oficio de escribir.


Así nació su primer libro: Uno y el universo (1945). Posteriormente publicó las novelas que le dieron reconocimiento mundial: El túnel (1948); Sobre héroes y tumbas (1961); Abaddón el exterminador (1974). De su obra ensayística sobresalen títulos como Hombres y engranajes (1951), El escritor y sus fantasmas (1963) y La resistencia (2000).


A la fecha, con 98 años cumplidos, ya no lee ni escribe, pero las últimas palabras de su autobiografía, Antes del fin, no dejan indiferente a todo individuo consciente de que en el mundo las cosas no marchan bien: “Sólo quienes sean capaces de encarnar la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido” (2006, p. 172).


La denuncia y el compromiso


Sabato está convencido que aquellas grandes fuerzas, «la razón y el dinero», que jalonaron el período renacentista y se ensancharon en la modernidad, condujeron al ser humano a una encrucijada terrible: socavamiento voraz del planeta; armas de destrucción masiva que prometen la aniquilación total de la raza humana; crisis ética y espiritual en un mundo donde campea la corrupción, la indiferencia y el cinismo.


Con esas fuerzas, afirma en Hombres y engranajes, “el hombre conquista el poder secular. Pero —y ahí está la raíz de la paradoja— esa conquista se hace mediante la abstracción: desde el lingote de oro hasta el clearing, desde la palanca hasta el logaritmo, la historia del creciente dominio del hombre sobre el universo ha sido también la historia de las sucesivas abstracciones. El capitalismo moderno y la ciencia positiva son las dos caras de una misma realidad desposeída de atributos concretos, de una abstracta fantasmagoría de la que también forma parte el hombre, pero no ya el hombre concreto e individual sino el hombre-masa, ese extraño ser todavía con aspecto humano, con ojos y llanto, voz y emociones, pero en verdad engranaje de una gigantesca maquinaria anónima” (2006, p. 18).


Una sociedad que convierte en dioses a la razón y al dinero termina enfermando a sus hijos. Mejor dicho, acaba sacrificando a sus hijos. En Abaddón el exterminador Sabato le dice al joven Marcelo: “Nuestra civilización está enferma. No sólo hay explotación y miseria: hay miseria espiritual, Marcelo. Y yo estoy seguro de que vos tenés que estar de acuerdo conmigo. No se trata de conseguir heladeras eléctricas parar todo el mundo. Se trata de crear un ser humano de verdad. Y mientras tanto, el deber del escritor es escribir la verdad, no contribuir a la degradación con mentiras” (2006, p. 228).


En efecto, en la narrativa de Sabato hay un compromiso con la verdad, es decir, con el ser humano. Seguidor de autores como Kafka, Dostoievski, Stendhal y Kierkegaard, Sabato cree con firmeza que la lucidez y la autenticidad del escritor alcanzan su máxima expresión cuando éste penetra en las regiones más complejas de la condición humana. Y desde allí, como testigo del bien y del mal, desnuda las hondas contradicciones del alma humana. Sólo el autor que hace suya esta terrible convicción desarrolla la facultad para escribir desde las regiones del cielo y del infierno (Dante Alighieri); desde la ternura más conmovedora y la maldad más horrenda (Dostoievsky); en síntesis, desde las oscuridades más turbadoras del corazón humano.


Todo eso no se puede lograr sin fuertes dosis de pasión, cierta locura y, sobre todo, un honrado compromiso con el ser humano. En los best seller —“papel moneda” en palabras de Sabato— podemos encontrar palabras bonitas y descubrir frasecitas que llenan de sentido a ciertas experiencias de la vida. Pero es difícil encontrar un compromiso profundo con los problemas-raíz del ser humano —“El que sea inmortal que se permita el lujo de seguir diciendo pavadas”, se lee en Abaddón el exterminador. Sólo quien es capaz de escarbar en lo más hermoso y en lo más bajo del ser humano puede darnos un testimonio fiel. De ahí aquella frase lapidaria: “Una de las misiones de la gran literatura: despertar al hombre que viaja hacia el patíbulo”.


La denuncia de la novela contemporánea despierta a la conciencia de la alienación en que está sumida. Hace ver que las grandes fuerzas de la modernidad, la razón y el dinero, se confabularon para someter al ser humano. El tan ansiado progreso no llegó para todos. Hoy que existe una enorme industria de alimentos, unos se mueren de hambre, mientras otros padecen de obesidad; mientras unos se mueren por falta de medicinas, otros invierten en medicamentos para adelgazar. Este es el mundo que Sabato ha criticado con dureza; un mundo que premia a los cínicos y corruptos y castiga a los honrados y justos.


El aliento de la esperanza


Pero en medio de esa «sociedad enferma» aún hay lugar para la esperanza. Esa dimensión humana que nos levanta de las situaciones más terribles, y que justo por eso tiene más de irracional que de racional, como las novelas. Ambos, escritor y lector, descubren gestos de esperanza en las ficciones, como la decisión final de aquel pobre muchacho, Martín, en Sobre héroes y tumbas, de viajar a la Patagonia, después de haber perdido para siempre a su amada Alejandra.


Bruno, otro de los personajes de Sobre héroes y tumbas, nos recuerda el papel esencial que juega la esperanza en la vida del ser humano: “el hombre no está sólo hecho de desesperación sino de fe y de esperanza; no sólo de muerte sino también de anhelo de vida; tampoco únicamente de soledad sino de momentos de comunión y de amor. Porque si prevaleciese la desesperación, todos nos dejaríamos morir o nos mataríamos, y eso no es de ninguna manera lo que sucede. Lo que demostraba, a su juicio, la poca importancia de la razón, ya que no es razonable mantener esperanzas en este mundo en que vivimos. Nuestra razón, nuestra inteligencia, constantemente nos están probando que ese mundo es atroz, motivo por el cual la razón es aniquiladora y conduce al escepticismo, al cinismo y finalmente a la aniquilación. Pero, por suerte, el hombre no es casi nunca un ser razonable, y por eso la esperanza renace una y otra vez en medio de las calamidades” (2006, p. 203).


Casi al final de su autobiografía, el escritor argentino declara lo siguiente: “Yo oscilo entre la desesperación y la esperanza, que es la que siempre prevalece, porque si no la humanidad habría desaparecido, casi desde el comienzo, porque tantos son los motivos para dudar de todo” (2006, p. 166)


Sabato sería, usando la terminología de Alfonso Reyes, un «testigo insobornable», imprescindible para enjuiciar este mundo donde la injusticia, la miseria y la estupidez campean de forma obscena. Muy convencido de que al hombre contemporáneo aún le falta que corregir la desmesurada confianza que depositó en la ciencia y la técnica.



Para el novelista argentino las obscuridades, las tormentas y las esperanzas del corazón humano poco o nada entienden de la lógica científica. Por ello no se deben castrar ciertos saberes en beneficio de otros. Él encontró en el arte una mejor comprensión del ser humano, así como también una denuncia implacable contra la deshumanización y la barbarie que produce el homo sapiens sapiens. Encontró la salvación en el arte y desde sus novelas ofrece también gestos de salvación.


Por eso hace algún tiempo escribió estas palabras para Jon Sobrino: “Me hizo mucho bien su libro [Terremoto, terrorismo, barbarie y utopía: El Salvador, Nueva York y Afganistán, 2002]. Cada tarde esperaba la lectura como el testimonio de un gesto que pudiera salvar a la humanidad de este horror en que se vive.” (Ver: http://www.fespinal.com/espinal/realitat/pap/pap120.htm).


Aun cuando se mueven en “juegos de lenguaje” distintos —teólogo, uno; escritor, el otro—, tienen “parecidos de familia” (Wittgenstein). Denuncian la misma realidad: una aldea global en la que cohabitan la miseria y la riqueza, la hambruna y el despilfarro, la desnutrición y la obesidad. Comparten la misma esperanza: salvar al mundo desde los “perdedores” de la historia.


En su último libro, Fuera de los pobres no hay salvación, Sobrino afirma que “del mundo de los pobres y las víctimas puede venir sanación para una civilización gravemente enferma.” (2008, p. 90). Por su parte, en un “Pacto entre derrotados” Sabato afirma que “cuando nos hagamos responsables del dolor del otro, nuestro compromiso nos dará un sentido que nos colocará por encima de la fatalidad de la historia. (Antes del fin, p. 164).


Julián González



1 comentario:

  1. Gracias por su estupendo texto. Me recuerda el valor de la esperanza, y me permite ejemplificarla en los textos de los autores que cita.

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